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CREER EN JESÚS ES ESTAR SALVADO

16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo Único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. » (Jn. 3, 16-21)

¿Qué vería Jesús en Nicodemo, hombre principal entre los fariseos, para que le abriera su corazón y le diera a conocer “el misterio escondido desde siglos y generaciones, que es el Amor que tiene Dios por este mundo nuestro”?… Sí, lo que vio fue un corazón sediento de Verdad y de Vida… Intuía Nicodemo, que este Maestro tan especial, que lo era para todos, sin acepción de personas, podría dar respuesta a tantos interrogantes que se le planteaban sobre Jesús: ¡Sus milagros y sus Palabras le tenían absorto!… Pero esto, todavía no era más que el umbral de la fe, porque para llegar a creer totalmente en Jesús necesitaba acercar sus labios y beber de la Palabra directamente… Y esto es lo que hizo Nicodemo yendo a visitar a Jesús, de noche… No le escondió a Él que su espíritu estaba todavía en tinieblas, pero yendo a la luz le mostraba que quería ver, quería creer… Y lo primero que encontró en Jesús fueron Palabras de vida eterna, que él no podía entender, pero sí retener para en su día, ya con la Luz de Cristo en el alma, dárselas a Juan, para que este las transcribiera según las recibió Nicodemo del mismo Jesús…

“¡Tanto, tanto amó Dios al mundo!”… ¡Nos ha amado en demasía, por ello, en el colmo de ese “tanto”, nos entregó lo que más quería: su Hijo Único! ¡En Él está nuestra salvación eterna, porque “el Padre lo ha puesto todo en sus manos”!... En Él se hicieron todas las cosas “y vio Dios que todo era bueno”… Cuando éstas se perdieron por culpa del hombre, ¿cómo no habría de querer restaurarlas en Sí mismo, si “tanto”, “tanto las amaba”?… ¡Pero sólo nos pide que creamos en Él y en toda esta obra de salvación!…

¡No, no es pequeño todo esto que Dios hizo y hace en favor de cada uno de nosotros!… Y decimos: “¡Sí, pero hay un juicio entre el cielo y la tierra!”... ¡El juicio no lo puso Dios, sino que nuestras obras malas son las que han creado este muro de separación, como lo hay entre las tinieblas y la luz!... El hombre se juzga a sí mismo, escogiendo la oscuridad en vez de la luz… Ésta es abierta y limpia como lo es Dios y por tanto “todo está patente a sus ojos”. Si nuestras obras aguantan ser puestas de manifiesto ante la Luz, es que “nuestras obras están hechas según Dios” y nada podremos temer… Lo contrario, de las obras de las tinieblas…

El Apóstol nos pide en su Palabra: “Sed Luz en el Señor”… ¡No es una opción libre, sino un mandato! ¡Si Dios nos ha dado su Luz en el Amor, es para que nosotros estemos inmersos en la Luz y pasemos de este mundo al Padre, sin ser rozados por las tinieblas!…

¡Que mis obras manifiesten a Cristo, el Señor!... ¡Qué mi vida, sea un faro que irradie resplandor en el mar de este mundo y “caminarán los pueblos a tu Luz!... ¡Oh Cristo!…”

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