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EL CIEGO DE JERICÓ.

35 Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna;

36 al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello.
37 Le informaron que pasaba Jesús el Nazaret
38 y empezó a gritar, diciendo: « ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! »
39 Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí! »
40 Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó:
41 « ¿Qué quieres que te haga? » El dijo: « ¡Señor, que vea! »
42 Jesús le dijo: « Ve. Tu fe te ha salvado. »
43 Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
(Lc. 18, 35-43)

Los ciegos, en la tierra de Jesús, eran pobres que pedían limosna a los transeúntes y siempre con palabras estereotipadas, de tanto repetirlas. El pueblo los respetaba y eran “una condición social”, con sus reglas de urbanidad propias. Este ciego, a la entrada de Jericó, era uno de ellos.

Oyó jaleo de gente y se interesó qué pasaba. Le dijeron que pasaba Jesús de Nazaret y entonces, los ojos de su corazón se abrieron de par en par a la esperanza, pues estos sí que veían, y comenzó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Ya no eran palabras repetitivas, sino voces muy vivas que salían del fondo de su alma. Quería curarse y Jesús era quien podía hacerlo, así que cada vez gritaba más fuerte para que sus gritos llegaran a los oídos de Jesús y eso que todos le regañaban para que se callase.

Jesús, el Maestro, tan lleno de misericordia, lo mandó llamar y le preguntó qué quería. Y el ciego: “Señor, que vuelva a ver”. Y al instante vio. Su confianza tan grande en Jesús le abrió también los ojos corporales… Su alegría se traducía en alabanzas a Dios y en andar pegado a Jesús, todo el camino.

Su testimonio fue contagioso y toda la multitud que seguía a Jesús bendecía a Dios. Todos creían, con la fe del ciego, que Jesús era el Ungido de Dios, el Mesías que tenía que venir al mundo.

¡Danos, Señor, esta fe tan grande que sabe que puedes y quieres curar nuestras muchas cegueras del alma y a veces también del cuerpo!

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