¿SABÍAS QUE…

… LA SOLUCIÓN LLEGÓ A FUERZA DE MILAGROS?

Ya veíamos en el capítulo anterior que el estilo que pretendía Domingo para la comunidad de predicadores (con todos sus miembros como eternos estudiantes) era muy novedoso y, por ello, la puesta en práctica se planteaba como un auténtico desafío.

Querer mandar a estudiar a tus frailes está muy bien, pero, ¿de dónde sacas un profesor? Los maestros no caen del cielo… aunque se puede decir que en este caso sí fue así.

Resulta que, en estos meses de organización de la comunidad, el obispo Fulco viajó a Montpellier, donde se reunieron los prelados de la zona para comentar diversos problemas de sus diócesis y pensar posibles soluciones. Y ahí llegó el primero de los milagros: en esa reunión, los obispos concluyeron que era importante que todos los sacerdotes estuviesen bien formados, así que se comprometieron a buscar profesores.

Nada más poner un pie en casa, Fulco se puso como un sabueso a buscar a alguien competente para encargarle las clases de su diócesis, y, ciertamente, dio con uno de los mejores: el maestro Stavensby. Este sacerdote era, según un contemporáneo, “ilustre por su nobleza, su ciencia y su fama”. Hombre de una sola pieza y con una fuerte amistad con Cristo, sus cualidades hacían de él una auténtica joya. Tal es así que, años más tarde, llegará a ser consejero del Papa… pero por ahora se conformaba con ser un buen maestro, convencido de que una sólida formación era el único remedio real contra los errores de la herejía. Sus clases eran su arma. Así que, al recibir la invitación de Fulco, hizo las maletas y, todo contento, puso rumbo a Toulousse.

Como comprenderás, Domingo se pasó un par de noches dando gracias a Dios porque le había resuelto el principal problema: ¡¡había traído a su ciudad a uno de los mejores profesores!! Ahora solo faltaba conseguir ser admitidos en sus clases…

A la suave luz de las velas, ante el Crucificado, nuestro buen amigo esbozó un leve sonrisa: el Señor no deja las cosas a medias. Si había comenzado el milagro, ¡lo realizaría del todo!

En ese mismo instante tomó una decisión: en cuanto amaneciese, reuniría a todos los frailes y se presentarían en la clase. Así, por las buenas y por la puerta grande. Estaba seguro de que el Señor se las ingeniaría para que les dejasen entrar. Y, con esta confianza absoluta, se quedó dormido.

Un par de calles más allá, en una amplia casa se encendía una vela. El maestro Stavensby acababa de levantarse. Había dado órdenes a su criado de que le despertarse antes de que saliese el sol: quería terminar de preparar bien la clase que daría por la mañana.

El muchacho, tras haber cumplido su cometido, se volvió a la cama, mientras el profesor se volcaba en sus libros. En pocos minutos tenía varios volúmenes abiertos, la pluma volaba tomando notas… pero, de pronto, un poderoso sopor asaltó a Stavensby. Los párpados comenzaron a pesarle como plomo. Esto sí que no le había pasado nunca. Las madrugadas de trabajo solían ser particularmente fructíferas para él, pero, esta vez… ¡¡se quedó dormido sobre los libros!!

Y fue en ese instante cuando tuvo un sueño muy extraño: estaba en lo alto de una montaña. Ante sus ojos se extendía la región del Languedoc: Toulousse, Montpellier… Sin embargo, a penas podía distinguir nada, pues la densa oscuridad de la noche envolvía todo a su alrededor.

De pronto, algo llamó su atención: un pequeño destello que nacía en la ciudad de Toulousse, y se alzaba hacia el cielo. A medida que iba subiendo, el maestro pudo distinguir claramente que se trataba de siete estrellas, blancas, resplandecientes, que se dispersaron por el firmamento y, con su luz, ¡desapareció la oscuridad de la noche! ¡Todo quedó iluminado!

Justo en ese instante, Stavensby sintió la voz de su criado, que le llamaba un tanto preocupado: ¡¡era la hora de salir, y se había quedado dormido!! Agarró sus papeles como pudo y salieron a toda prisa, mientras que la cabeza del profesor no dejaba de dar vueltas al extraño sueño… y a las posibilidades que tenía de dar bien la clase con semejante preparación.

Por el camino, cuando estaban a punto de llegar, Stavensby vio a lo lejos siete hombres, vestidos de blanco, que se acercaban con paso decidido hacia él. Eran Domingo y sus seis compañeros, pero… lo que vio el maestro fueron las siete estrellas de su sueño.

-¿Quiénes son? -pregunto con ansiedad al criado.

El joven carraspeó un tanto incómodo para ganar tiempo. Le encantaba dárselas de enterado, pero la pregunta era un poco complicada.

-Nadie lo sabe, maestro -respondió al fin- No son monjes, pues viven entre la gente; son sacerdotes, pero viven en comunidad… ¡es una cosa extraña! El obispo les ha aprobado como predicadores y les ha donado la iglesia de san Román -y, encogiéndose de hombros, añadió- Por eso la gente les llama “los clérigos de san Román”.

A Stavensby no le importaron mucho todos esos datos. El maestro supo en su corazón que esos hombres estaban llamados a llevar la luz de Cristo al mundo entero. Así que, antes de que Domingo pudiese abrir la boca para presentarse, Stavensby ya le estaba dando la mano, invitándole a pasar con todos sus compañeros.

Domingo, asombrado, miró con una sonrisa al Cielo: ciertamente, el Señor… ¡¡les había abierto todas las puertas!!


PARA ORAR
¿Sabías que… nunca se sabe por dónde puede venir la bendición del Señor?

Vamos a decir claramente que el bueno de Stavensby necesitó un “empujoncito” del Cielo, pero el hecho es que este profesor acogió de todo corazón a nuestros frailes. Sus clases fueron fundamentales en este inicio de la Orden. Y, curiosamente, por esas clases… ha pasado a la Historia. ¡¡¡Cosas que suceden cuando tu camino se entrelaza con el de un santo!!!

Los primeros cristianos tenían muy claro que la hospitalidad, la acogida, no es solo un gesto de amor, ¡es también fuente de bendición! “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hb 13, 1-2).

Acoger a quien nos pide ayuda, a quien necesita algo de nuestro tiempo… es una forma de hospitalidad que se nos presenta cada día. Son semillas de amor que tenemos la oportunidad de plantar, ¡¡y algunas semillas pueden llegar a ser arboles enormes!! Unas simples clases ayudaron a poner los cimientos de una Orden que dura hasta nuestros días: ¡¡no sabemos hasta dónde puede llegar un acto de amor hecho con el Señor!!

En el fondo, esta acogida a los demás muestra nuestra disponibilidad a los planes del Señor. Es saberse instrumento en Sus manos, ¡y estar dispuesto a entrar en acción en cuanto Él quiera! ¿Y acaso hay algo más bonito que saber que el Señor cuenta contigo para hacer obras grandes? Tal y como eres, con los dones que tienes. ¿Estás disponible para colaborar en Su plan?

VIVE DE CRISTO

Pd: Para todo el que ande, como el criado de Stavensby, algo perdido sobre las sutiles diferencias entre un monje y un fraile, aquí está este artículo que he preparado para la ocasión, por aquello de aclarar un poco el asunto. ¡Espero que te guste! Lo encontrarás aquí:

https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/4480-para-ampliar-encuentra-las-7-diferencias.html

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