¿SABÍAS QUE…

… LA SOLUCIÓN ESTABA DE CAMINO?

Y lo cierto es que la necesidad era urgente. Domingo barruntaba desde hacía tiempo que, si se establecían en Toulousse, tarde o temprano tendrían que conseguir una casa. Pero, hombre, cuando llegó de vuelta de su visita a Prulla y se encontró al “Chico” casi servido a la parrilla… pues… el asunto pasó a ser prioritario.

-Lo siento mucho, fray Domingo -gimoteó el Chico al ver la cara de preocupación del castellano al contemplar las quemaduras por todo el cuerpo del joven- No encontré otra salida… si hubiera sido como vos, habría podido anunciar el evangelio a esa chica, pero no fui capaz…

Domingo solo pudo, en silencio, darle un enorme abrazo.

Era evidente: había que encontrar alojamiento en un lugar seguro, sin riesgo de asaltos nocturnos. Además, esta vez se había traído unos cuantos predicadores más con él, incluyendo al bueno de Manés. Ya formaban un grupito… y no sería fácil andar pidiendo asilo de casa en casa cada noche. Necesitaban un edificio un poco amplio, pero, como siempre, el tema de los dineros venía a ser como una cebolla: abrirlo y echarse a llorar, era todo uno.

-El Señor abrirá caminos -insistía Domingo- vamos a orar…

Lo que no podía imaginar es que, en realidad, el Señor iba por delante.

***

La noticia del sacerdote a la brasa había corrido como la pólvora y la gente se hacía lenguas sobre el valor y el convencimiento de esos nuevos predicadores católicos. Se puede decir que a los cátaros, una vez más, les salió el tiro por la culata: queriendo difamarles, lograron poner la reputación de los sacerdotes por las nubes. No se hablaba de otra cosa: tanto en el mercado como en la taberna, en las cabañas y en los castillos a varios kilómetros a la redonda.

Y así la noticia también había llegado hasta las puertas de la casa de una de las familias más ricas de la ciudad.

Bernardo, el primogénito, estaba trabajando en su aposento cuando unos golpecitos rápidos en la puerta le hicieron desconcentrarse.

-¡Adelante! -respondió, malhumorado.

El hermano menor, Pedro, entró tan risueño como siempre.
-¿Has oído lo del sacerdote que se tiró a la hoguera? -preguntó.

-Algo he oído, ¿quién no? -masculló Bernardo, volviendo a sus papeles.

-Esto no puede repetirse -continuó Pedro, sentándose junto a su hermano- Esos predicadores han demostrado tener madera. Debemos acogerlos.

Bernardo soltó los papeles de golpe.
-¿¿En casa?? ¡¡Ni hablar!! ¡No dejaré que esos tipos se aprovechen de la hacienda que nos dejaron nuestros padres!

-Bernardo, por favor… Que tenemos tres casas…

-Hay que tener mucho cuidado con estas “novedades” en la Iglesia, ¡uno nunca sabe en qué pueden acabar! -sentenció el hermano mayor- No pienso involucrar el nombre de nuestra familia en este asunto.

-Tú verás -respondió Pedro, fingiendo indiferencia-. Será tu responsabilidad si las casas de nuestros padres acaban merendadas por telarañas y ratones por falta de uso.

Bernardo sería un bruto incorregible, y en pleno enfado no razonaba pero, ciertamente, tenía buen corazón. Unos días más tarde, Domingo y sus compañeros recibieron la visita de Pedro, el menor de la familia Seila, ofreciéndoles acogida en una de sus casas. Una casa amplia, en una de las calles principales de la ciudad. Solo era un préstamo temporal, pero era un auténtico regalo del Cielo.


***

Pocos días más tarde, golpes en la puerta del aposento volvieron a sacar a Bernardo de sus papeles. Pedro entró con una radiante sonrisa… y una idea que, en su opinión, era aún más radiante.

-Una cosa es darles acogida -Bernardo escupía cada palabra con rabia mirando fijamente a su hermano- ¡¡¡y otra cosa muy diferente es regalarles la casa!!! ¡¡¡Ni hablar!!! ¡¡¡Por ahí ya sí que no paso!!!

Vale, esta vez iba en serio. Bernardo se negó en rotundo… más o menos. Tras un par de semanas “de morros”, finalmente fue a buscar a su hermano con una propuesta: dividirían la hacienda de sus padres.

-Lo que hagas tú con tu parte de la herencia, es problema tuyo -le espetó.

Eso sí… se aseguró que la casa de los predicadores le tocase a Pedro, para que pudiera regalarla sin problemas. Lo dicho: detrás de esa apariencia brusca… había un gran corazón.


***

Unos días más tarde, de nuevo, golpes en la puerta del aposento.

-¿Y ahora qué? -exclamó Bernardo a punto de caer en la desesperación. No sabía que pronto tendría motivos sobrados para ello…


***

-Mira, Pedro, creo que te estás precipitando, hay que tomarse las cosas con más calma -Bernardo, de forma inusual, intentaba medir sus palabras cautelosamente- Podemos hablarlo despacio…

-No hay nada que hablar -respondió el hermano pequeño, sereno y sonriente- La decisión está tomada.

-¡¡¡Vamos, hombre!!! -Bernardo finalmente perdió una vez más los estribos- ¡¡¡Mal regalarles la casa, pero unirse a ellos, formar parte de su grupo, convertirte en sacerdote… eso sí que no lo toleraré!!!


***

Adivinas el resultado, ¿no? Pues eso: pocos días después, Pedro Seila se incorporaba al grupo encabezado por Domingo, dándose la curiosa circunstancia de que para ello… ¡¡llamó a las puertas de su propia casa!!

Así, muchos años más tarde, nuestro querido Pedro, convertido entonces en prior de Limoges, repetirá con mucho gracejo una frase que ha pasado a la historia: “No es la Orden quien me recibió a mí, sino que yo la recibí primero en mi casa”.


PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor también pide acogida en tu casa?
Cada día Cristo llama no a las puertas de tu aposento, ¡¡sino a la puerta de tu corazón!! “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

¡Ah, pero espera, que aquí hay “trampa”! Porque uno abre alegremente la puerta al Señor y, a renglón seguido, se encuentra con que el Señor indica que “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Y, claro, todos queremos ser “el discípulo amado”, así que no vamos a dejar fuera a la Virgen…

Y pareciera que ya estamos todos, pero, cuando quieres cerrar la puerta para disfrutar de tan agradable compañía, Jesús carraspea un poco y… “lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

Ante esas palabras, ¿cómo no invitar a todos?

No importa el tamaño de tu casa… el Señor quiere ensanchar el tamaño de tu corazón, ¡pues en el corazón de un cristiano tiene que entrar el mundo entero! Un corazón transformado por el amor de Cristo, no entrega cosas, no entrega minutos… ¡¡se entrega a sí mismo por entero!! A esto estamos llamados, a ser como Él, a ser un reflejo de este Amor… que no tiene fronteras.

VIVE DE CRISTO

Pd: La casa donada por Pedro… ¡todavía se conserva! Es más, actualmente, se puede incluso visitar. Así pues, si un día viajas a la ciudad francesa de Toulousse, ¡recuerda pasarte por la “Maison Seilhan”! Aquí te dejo una foto de la entrada principal… ¡¡para que puedas imaginar mejor dónde van a suceder los próximos capítulos de nuestra historia!!

 

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