¿SABÍAS QUE…

...DOMINGO FUE LÍDER DE UN REVOLUCIONARIO GRUPO DE MUJERES?

Pues sí. Ciertamente no entraba en sus cálculos, para qué nos vamos a engañar. La verdad es que no le quedó otro remedio. Obligado por las circunstancias, nada menos. Pero vayamos por partes.

En el capítulo anterior habíamos dejado a nuestro buen amigo recién asentado en su miserable aposento de Fanjeaux. Sus predicaciones estaban teniendo pésimos resultados. Cada noche, Domingo oraba, hablando con el Señor de la situación… y lo que sentía que Cristo le susurraba al corazón era que debía permanecer. ¿Aquí, en una ciudad plagada de herejes? Sí, aquí. Pues nada. Buenos son los caballeros castellanos para dejar una misión a medias. Ahí se quedaría. Hasta que el Señor indicase otra cosa... o hasta morir en el intento.

De este modo fueron pasando las semanas, entre días de predicación y noches de oración. Ahora más que nunca, Jesús era su todo.

Y de pronto… las cosas cambiaron.

Un día, tras una pequeña disputa con un grupito de cátaros, cuando ya todo el mundo se retiraba de la plaza… unas cuantas mujeres se acercaron a Domingo. ¿Curiosidad? ¿Inquietud? Querían saber más de ese Cristo del que el extranjero hablaba.

Sabemos a ciencia cierta que Domingo era muy acogedor, así que no tuvo ningún problema en quedarse charlando un rato con aquellas jovencitas.

Aparentemente fue una conversación sin importancia… pero al día siguiente, cuando salió a predicar por las calles como era su costumbre, las encontró de nuevo y ellas se acercaron tan contentas a escucharle.

La escena volvió a repetirse un día, y otro, y otro…

En cuestión de unas semanas, encontramos una escena muy curiosa: a Domingo... ¡¡no le escuchaba ni un solo hombre!! (la mitad, porque eran cátaros convencidos; la otra mitad, porque les traía sin cuidado si había uno o dos dioses), pero contaba con un cada vez más nutrido grupo de mujeres pendientes de cada una de sus palabras.

Para cualquier otro, la situación habría sido, cuanto menos, un tanto bochornosa. Si a eso le añadimos que Domingo tenía en este momento unos 35 años, y que era un tipo muy atractivo, de ojos bellos, voz potente y melodiosa, ¿para qué queremos más? Imagina las críticas y burlas que comenzaron a airearse en las contiendas con los herejes. Baste decir que “mujeriego” era lo más suave que llamaban al “curita católico”…

La cuestión es que las mujeres estaban muy a gusto con Domingo y él disfrutaba hablando con ellas (¡y esto declarado por él mismo!). El problema fue que semejante amistad dio un giro tan deseado como inesperado.

Una mañana, el grupo de jovencitas fue a ver a Domingo. Él salió a recibirlas con una enorme sonrisa. Ellas estaban entre alegres, nerviosas, preocupadas, expectantes… ¡aquello era un revuelo absoluto! Tras lograr que los ánimos se calmasen un poco, Domingo les pidió que le explicaran a qué venía tanto jaleo.

En cuanto se lo contaron, el que se puso nervioso fue Domingo. Muy contento… y muy nervioso. Todo al mismo tiempo.

Resulta que aquellas mujeres sentían que el Señor les había tocado el corazón. Querían seguir a Jesucristo, entrar en la Iglesia católica… y vivir al estilo de Domingo, vivir del amor de ese Cristo que les fascinaba, ¡y deseaban que él fuese su guía en el nuevo camino que querían empezar!

Sí que era una gran alegría para nuestro amigo… pero también era un problema. Y de los gordos.

Abandonar a los cátaros no era asunto de poca monta. En cuanto aquellas mujeres declarasen públicamente su “conversión radical”, se meterían en un lío de los buenos. Serían rechazadas por sus familias, tendrían represalias por parte de los perfectos, tratarían de arrastrarlas de nuevo a la herejía, serían abandonadas por todos… Y el principal problema: ¿qué clase de vida podía ofrecerles él?

Les pidió paciencia antes de dar el siguiente paso… en lo que él fue a toda prisa, con un sofocón enorme, a hablar con su Señor.

Aquello no estaba en los planes. ¿¿Qué rayos hacía él con un montón de chicas a su cuidado??Como broma, podía tener su gracia, pero el asunto no invitaba reírse.

Primero caminó, aceleradamente, por la abandonada iglesia, tratando de serenarse. Pero poco a poco su paso se hizo más lento, más sereno… hasta que, finalmente, cayó de rodillas. Una luz completamente nueva se iluminó en su alma.

No tenía compañeros… pero el Señor le estaba regalando un buen grupo de compañeras.

De pronto Domingo entendió. La forma de proteger a aquellas chicas era reuniéndolas en un monasterio, bajo “la protección de lo sagrado” (un tema muy serio en aquel momento).

Domingo se puso en pie, firme, alegre, con fuego en el pecho. El Señor le indicaba un camino que él nunca había imaginado... pero que ya estaba deseando realizarlo.

Antes de empezar a llevar a cabo sus proyectos, tuvo que abrirse a la novedad que le proponía Cristo. Era algo inédito en ese tiempo: el sueño de una Orden, diseñada por hombres, diseñada para hombres… comenzaría su andadura con mujeres. Su Orden no empezaría con la actividad de la predicación, sino que, desde el comienzo, estaría amparada por la fuerza de la oración.

PARA ORAR
-¿Sabías que… lo que el Señor quiere de ti es estar contigo?

Es muy sencillo dejarse llevar por la actividad, ¡con todo lo que hay que hacer en el mundo! Es la gran tentación a la que nos enfrentamos todos: que, por dedicarnos a las cosas del Señor, acabemos olvidando al Señor de las cosas…

Ser capaces de parar para orar, ¡a veces nos resulta heroico! No es que tengamos malas intenciones. Queremos hacer las cosas bien. Nos esforzamos. Hacemos lo mejor que podemos… ¡pero eso es parte del problema! ¡Hemos empezado la casa por el tejado! Parece que confiamos más en nuestras fuerzas… que en el poder del Señor.

Podemos decir bellas palabras; pero necesitamos palabras con unción. Podemos hacer mil servicios, pero necesitamos una caridad que sea reflejo del amor de Cristo. Y eso solo Él lo puede hacer. Necesitamos que sea Él quien nos llene... para después poder darlo. Si no, ¿qué vamos a ofrecer?

Cristo nunca quiso que viviéramos nuestra vida cristiana desde la actividad. Nos llamó “para estar con Él” (Mc 3, 14). Su plan siempre fue que confiáramos en que Él lo hace en nosotros.

A un santo le preguntaron: “¿Cómo puedo saber si algo lo llevo yo o se lo he confiado al Señor?” “Muy fácil”, respondió, “aquello por lo que no rezas, es lo que llevas en tus fuerzas”.

Con la idea de comenzar con un monasterio femenino, la oración ocupó el primer puesto dentro del proyecto de Domingo. Orar implica priorizar la acción de Cristo sobre la acción del hombre. Es poner en Sus manos el corazón de los predicadores, para que siempre ardan en amor por Cristo; y los corazones de los oyentes, para que se abran a la gracia… Domingo descubrió que, el gran pilar inicial de su Orden, sería la oración. La oración de unas mujeres.

VIVE DE CRISTO

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