HOY VIVE DE CRISTO POR MEDIO DE UN RELATO BREVE

Queremos vivir de Cristo este verano, y hoy de la mano de Sión, con la sección: Relatos breves. ¡Feliz día!

CLARIDAD EN LAS SOMBRAS

La mañana comenzó llena de entusiasmo para la familia.

Papá y mamá, cual equipo de misión imposible, se metieron el la cocina desde primera hora, dispuestos transformarla por completo. En las bolsas del suelo encontraron material de todo tipo: legumbres, leche... y hasta un montón de bombillas nuevas. Barrer, fregar...

A los niños no les había hecho mucha ilusión la idea de lavar el destartalado coche blanco, pero lo aceptaron al descubrir que era la excusa perfecta para organizar una guerra de agua.

De pronto, Marcos abandonó el campo de batalla. Había sido idea de Xus: dos veces a lo largo del día tenían que sonreír a Gustavo. Y el pequeño, empapado de la alegría del juego, sintió que era el mejor momento.

Se acercó al ventanuco que daba a la habitación del anciano. Gustavo estaba sentado en su butaca leyendo el periódico, con la mano en cabestrillo y el pie del esguince en alto. Marcos dio unos gopecitos en la ventana. El hombre levantó la vista y descubrió al niño, que estaba saludándole con una sonrisa. Acto seguido, desapareció. Gustavo gruñó algo, y volvió a sumergirse en la lectura.

De nuevo golpes en la ventana. El anciano miró frunciendo el ceño. Al otro lado del cristal, Lucas le saludaba sonriente. Gustavo, perplejo, no se movió. ¿Qué clase de juego era aquel?

Otra vez aquellos molestos golpecitos. Sin embargo, no era en la ventana, sino en la puerta de su habitación. Sin esperar respuesta, Lily entró llevando en su mano tres margaritas que había encontrado en un rincón del jardín. Las puso en la mesilla del anciano y, tras sonreírle, salió corriendo. Gustavo soltó sin resoplido sin saber si enfadarse o ignorarles.

-Primo, esto no va a funcionar -dijo Lily desilusionada.

-Hay que darle un poco más de tiempo... -respondió Xus. Pero, en el fondo, él sentía la derrota igual que su prima.

Viendo que los niños retomaban el juego, el joven se alejó.

-¿Dónde está Xus? -preguntó Marcos.

-Igual se ha escondido -sugirió Lily.

-En ese caso, ¡le encontraremos! -gritó Karen.

Pero su búsqueda duró poco. Al rodear la casa, le vieron. Xus estaba sentado bajo un árbol, con los ojos cerrados, apretando en su puño algo que llevaba colgado al cuello: su cruz de madera.

-¿Qué hace?

-Está hablando con su amigo... -susurró Marcos con admiración.

Xus se dio cuenta de su presencia. Abrió los ojos, sonriéndoles.

-No basta con hacer cosas buenas. Dadme un momento -les dijo- Esta misión es para mí.

Y, levantándose, se metió en el caserón.

Ya casi era la hora de comer. Papá y mamá seguían atrapados en la cocina, terminando la limpieza.

-¡Llegas justo a tiempo! -dijeron al ver al joven.

Habían preparado una bandeja con la comida de Gustavo: alguien tenía que llevársela a la habitación.

El anciano frunció el ceño al oír de nuevo golpes en su puerta.

-Te traigo la comida -explicó Xus. Y, dejando la bandeja en la mesa, continuó- Aunque, en realidad... vengo a pedirte perdón.

Silencio. El joven se acercó a Gustavo y se puso de cuclillas para mirarle a los ojos.

-No debí hablarte así, ni golpear la puerta como lo hice. Perdóname, por favor.

Tenso silencio de nuevo. De pronto, la respiración de Gustavo comenzó a entrecortarse... y el anciano se echó a llorar.

-Es la misma situación que entonces... -gimoteó entre lágrimas- Mi hermano era el cocinero... Un despiste y, de repente... fuego. Fuego por todas partes. Los muebles de madera, las vigas del techo, todo se echó a arder. La reparación me iba a costar una fortuna, estaba arruinado. Días después, mi hermano vino a pedirme perdón... No le escuché. Dije cosas horribles, le eché de esta casa... y nunca más volví a verle.

Gustavo tomó aire mientras secaba las lágrimas recorrían sus mejillas.

-Puse la puerta de cristal en la cocina, para vigilar lo que sucediese, pero no la he necesitado: jamás he vuelto a confiar en nadie. Siempre he trabajado solo.

El anciano miró a Xus a los ojos antes de continuar.

-Hace 50 años, negué mi perdón... y perdí a un hermano. Hoy no quiero perder a un amigo.

Y, suavemente, tendió su mano hacia el joven, que la cogió con cariño.

Esa misma tarde, papá y mamá aparecieron entusiasmados. Habían tenido una idea genial...

-Pero necesitamos un poco de ayuda para que nos dé tiempo. Si nos organizamos, lo lograremos. Karen y Lucas os venís a la cocina con nosotros. Los pequeños, os encargáis de la mesa. Y tú, Xus, ¿podrías ir al pueblo a hacer unas compras?

Mamá dio al joven la lista de recados y el dinero que necesitaría.

-¡Hasta ahora, campeón! -gritó Xus a Marcos al arrancar el coche. El niño le despidió con la mano mientras el coche desaparecía por la carretera.

Las horas iban pasando... y el joven no volvía. Marcos, sentado bajo el arco de la entrada, oteaba ansioso el horizonte. A medida que avanzaba la tarde, los demás también empezaron a preocuparse: ¿A dónde había ido? ¿Qué le habría pasado?

Los minutos se hacían cada vez más largos. Marcos, sin poder aguantar, se puso en pie y comenzó a dar saltitos, como queriendo mirar a lo lejos. Gritó con fuerza el nombre de su primo, pero el eco de las montañas se lo trajo de vuelta, sin más respuestas.

-En este sitio no hay cobertura... ¿y si le ha pasado algo y no recibimos su llamada? -comentó nerviosa mamá.

-Si no llega en 15 minutos, cojo la furgoneta y me voy a buscarle -respondió papá preocupado.

Las luces del atardecer tiñeron el cielo de suave color rojo mientras las sombras se iban alargando. Marcos era incapaz de quedarse quieto. Subía a las piedras, saltaba... pero la carretera permanecía desierta. ¿Dónde estaba Xus?

De pronto, un lejano murmullo puso al niño en guardia. Intentó agudizar la vista.

-¡El coche blanco! ¡¡Xus ha vuelto!! -gritó corriendo hacia el vehículo mientras el sonido del motor se hacía cada vez más claro.

Gustavo permanecía en su habitación, totalmente ajeno a la angustia que había vivido la familia. Unos golpecitos en su puerta. Por primera vez, el anciano respondió.

-Adelante...

-Me han dicho que querías verme...

Aquella voz cascada sacudió por completo al anciano. La puerta se abrió lentamente. Ahí estaba.

-Juan... ¡Juan, hermano! -Gustavo a penas podía articular palabra- Juan... ¡perdóname! ¡Perdóname!

Juan había ido avanzando al encuentro de los brazos abiertos de su hermano. Los dos se fundieron en un largo abrazo, tanto tiempo deseado... Aquellos corazones, marcados ya por el paso de los años, volvían a latir unidos.

Mientras, en el pasillo había lluvia de preguntas.

-¿Cómo lo has hecho? -preguntó papá asombrado.

-Uuufff... Fue un impulso en mi interior... ¡si me paro a pensar, igual no lo hago! -admitió Xus- Estaba comprando y, de pronto, encajaron las piezas. ¿Recuerdas al joven del hospital? Dijo que sabía de alguien que conocía muy bien a Gustavo. Vive solo, ¿quién le puede conocer, si no es alguien de su familia? Busqué al hombre, le expliqué todo y...

-Y le llevó a mi casa. Discúlpenme, mi nombre es Pablo. El chico del hospital fue compañero mío en clase... y Juan es mi abuelo. Estoy viviendo con él hasta que encuentre algo de trabajo. -Y, mirando hacia la habitación, añadió- Puedo asegurarles que mi abuelo ha soñado toda su vida con este momento.

Los dos ancianos estuvieron mucho tiempo hablando. Cuando por fin salieron de la habitación, descubrieron que el salón estaba lleno de globos, serpentinas... y la mesa puesta con la mejor vajilla.

-¿Qué es esto? -preguntó Gustavo.

-¡Una fiesta sorpresa! -exclamó Lily, levantándose. Y, abrazando al anciano, añadió- ¡Feliz día de los abuelos, "abu Gus"!

El anciano no supo qué responder. Era la primera vez en años que iba a cenar algo especial, y compartiendo mesa con alguien.

-Lo mejor -señaló mamá- es que ya sabemos quién va a fregar los cacharos, ¿verdad, Xus? En compensación por casi matarnos de infarto...

Todos se echaron a reír, incluido Gustavo. Y no dejó de hacerlo en toda la noche, con la alegría profunda de quien siente que ha nacido de nuevo.

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