HOY VIVE DE CRISTO POR MEDIO DE UN RELATO BREVE

Queremos vivir de Cristo este verano, y hoy de la mano de Sión, con la sección: Relatos breves. ¡Feliz día!

LA DUREZA DE LA ROCA

Tuvieron que utilizar el teléfono fijo del caserón para contactar con el taller. Los móviles seguían sin cobertura. Poco antes del desayuno, una enorme grúa apareció por la carretera. En cuestión de minutos, la familia vio cómo se llevaban su vehículo, mientras ellos se quedaban atrapados en ese sitio oscuro y triste.

-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Lucas.

-Pues vamos a tener todo preparado para irnos en cuanto vuelva la furgoneta -contestó mamá con una sonrisa llena de esperanza.

Al sentarse a la mesa para el desayuno, la ilusión parecía volver a la familia. Los niños hablaban sin parar, cambiando de tema constantemente, ante las risas de Xus y de papá. Sin embargo, mamá no se unió a la alegría. Con mirada atenta, observaba cuidadosamente a través de la puerta de cristal los movimientos del anciano en la cocina. Entre cacharros sucios amontonados, tratando de esquivar las bolsas que había por el suelo, el hombre estaba calentando un puchero de leche. Cuando estuvo listo, lo agarró para volcar su contenido en una jarra... pero a penas podía con él.

Temiendo que pudiese ocurrir un accidente, mamá se levantó rápidamente y fue a la cocina.

-Disculpe...

-Gustavo -le cortó el anciano- Puede llamarme Gustavo. ¿Qué quiere?

-Por favor, déjeme que le ayude...

-¡No, no! -respondió malhumorado- Puedo perfectamente. Váyase.

Pero la intuición de mamá no tardó en cumplirse. A Gustavo le fallaron las fuerzas, y la leche se derramó por el suelo de la cocina. Mamá corrió a ayudarle, pero recibió la misma respuesta.

-¡Déjeme! ¡Me gusta trabajar solo! ¡No me moleste!

Viendo la tozudez del hombre, mamá se dio por vencida y regresó a la mesa. Tras acabar el accidentado desayuno, fueron directos a recoger las habitaciones. Todos estaban deseando dejar atrás el lóbrego caserón y su gruñón habitante.

Mientras guardaba sus libros de estudio, a través de la ventana, Xus vio al anciano en el jardín. Rápidamente, se lanzó escaleras abajo. Marcos, tras un instante de indecisión, dándose cuenta de que no alcanzaría a su primo, fue directo a la ventana. Subido en una silla, podía observar todo lo que sucedía.

Gustavo llevaba una carretilla cargada con todo tipo de herramientas. Avanzaba lenta y pesadamente. A penas lograba levantar la carretilla y, con el vaivén de sus inseguras pisadas, a cada poco tenía que parar a recolocar la carga.

-¡Vengo a ayudarle! -dijo Xus.

-¿Y quién te ha invitado? ¡Yo trabajo solo! ¡¡Largo de aquí, jovenzuelo!!

La áspera respuesta hizo frenar de golpe al joven. Gustavo, en un último empujón desesperado, logró meter la carretilla en el cobertizo. Cerró dando un fuerte portazo.

Durante un segundo, Xus, perplejo, se quedó mirando la puerta que se había cerrado ante sus narices, dejándole con la palabra en la boca. Fue sólo un segundo, porque después... explotó.

-¡No puede vivir así para siempre! -gritó aporreando la puerta, mientras intentaba mover el picaporte- ¡¿Acaso no ve que ya no puede?! ¡La casa está hecha un asco, es un milagro que no se haya derrumbado! ¿Tan difícil es pedir ayuda? ¡No, peor! ¿Por qué no se deja ayudar?

El silencio de la puerta cerrada fue la única respuesta que obtuvo.

Ahogándose de impotencia, Xus cogió una piedra del suelo y la lanzó con todas sus fuerzas. La piedra fue a dar contra la tapia del caserón, y se partió por la mitad. Xus paró en seco. Se acercó a recoger los pedazos de la piedra y se sentó bajo un árbol, observándolos, mientras agarraba con fuerza la cruz de su cuello.

Marcos esperó. Al cabo de un buen rato, viendo que no sucedía nada, decidió dejar la ventana y bajar junto a su primo.

-He metido la pata, pequeñajo -le dijo el joven cuando Marcos llegó a su lado. Después continuó, como pensando en voz alta- Acabo de darme cuenta de que he querido cambiar al anciano por la fuerza... y, así, sólo puedes lograr que pase como con esta piedra: que se rompa.

Un ruido fuerte cortó su conversación. El eco de cosas golpeándose contra el suelo aún resonaba en el cobertizo. Xus y Marcos se acercaron a toda prisa. El joven intentó de nuevo abrir la puerta, sin conseguirlo.

-¡Primo, por aquí! -Marcos señalaba una pequeña ventana del lateral que estaba entreabierta.

Xus se coló en el interior. Gustavo estaba en el suelo, gimiendo de dolor, con una escalera plegable caída sobre él. Había querido colocar algo en alto, pero no la abrió bien.

-¡Avisa a todos! -indicó el joven.

Entre papá y Xus colocaron al anciano en el destartalado coche blanco.

-Necesitamos una radiografía -iba diciendo Xus- Puede que tenga algún hueso fracturado...

Con un ronco quejido, el motor se puso en marcha. El anciano, con la voz entrecortada de dolor, fue guiándoles. Pasaron el pueblo y, un buen rato después, llegaron a una ciudad. Allí estaba el pequeño hospital. Entraron directamente por la puerta de urgencias y, unos minutos más tarde, tal y como había dicho Xus, se llevaron al anciano para hacerle unas radiografías.

-¿Cómo es que estáis con ese cascarrabias?

Xus y papá levantaron la vista. En mitad de la sala de espera, un empleado del hospital que habían visto en recepción, les miraba de forma desagradable.

-¿Le conoces? -preguntó papá.

-Yo no -admitió el joven- pero tengo un amigo que sí que sabe mucho de él... Y estáis perdiendo el tiempo.

En ese momento, Gustavo salía de la consulta. El hombre, dando media vuelta, se marchó.

-Tenemos una fisura en la mano -informó el médico- Estará escayolado tres semanas. En el pie tenemos un pequeño esguince, pero muy leve. Se lo hemos vendado. Con todo esto, mi consejo es claro: nada de esfuerzos.

Horas más tarde, tras haber acostado al anciano, el matrimonio se enfrentaba a una difícil encrucijada. La furgoneta ya estaba reparada; las maletas, cerradas; sin embargo, ¿cómo dejar a Gustavo en esas condiciones? Pero... ¿qué pasaría con sus vacaciones? ¿Y los niños?

En la habitación de al lado, también había reunión de hermanos, en la que Xus había sido aceptado por votación...

-Sólo por que Marcos no llore, ¿eh? -le advirtió Karen.

-¿Qué creéis que van a decidir? -preguntó Lily.

-Ni idea... -respondió Lucas, encogiéndose de hombros, indiferente- ¿A ti qué te gustaría, Xus?

-Yo preferiría quedarme.

-¿Quedarte? -Karen soltó una pequeña risita- ¡Oh, vamos! Ese hombre debe de ser de los pocos que ha logrado encenderte la sangre... Vi tu pedrada esta mañana, y ya todos lo saben.

-¡Chivata! -le acusó Marcos, muy enfadado, dispuesto a pelearse por su primo.

-Es verdad, Karen -reconoció Xus. Marcos se volvió a él, extrañado: el joven no se estaba defendiendo- Por eso quiero quedarme. Esta mañana Él me ha recordado que lo que cambia no es la fuerza... sino el amor que permanece. Por eso quiero quedarme.

-¿El anciano te ha dicho eso? -preguntó Lily.

-No, princesa, no ha sido Gustavo...

-Entonces, ¿quién...?

-¿Pero tú crees que es posible quererle? -cortó Karen, muy tajante, yendo a lo práctico.

-Tal vez es lo único que necesita -sugirió Xus suavemente.

-Si Xus lo cree, yo también -saltó Marcos.

-Yo también quiero intentarlo -se animó Lily.

-Es que vosotros sois pequeños y no entendéis -respondió Karen- Las cosas no son tan fáciles.

-Venga, yo también me uno -dijo Lucas, sólo por llevar la contraria a su hermana.

-¿Qué opinas, Karen? ¿Quieres intentarlo? ¿Apuestas por amar?

Justo en ese instante, papá y mamá abrieron la puerta de la habitación.

-Chicos... Estábamos pensando que a ver qué os parece que nos quedemos... sólo hasta que esto se solucione...

Nadie contestó: todas las miradas se volvieron hacia Karen.

-¡Oh, está bien, está bien! Lo intentaremos...

Las sonrisas se fueron contagiando de unos a otros mientras comenzaban a organizar el día siguiente. Marcos y Xus se dieron un pequeño y disimulado apretón de manos.

-Te dije que no existían las casualidades, ¿verdad? -susurró al oído del niño- ¡Ya hemos encontrado nuestra misión!

Aunque las luces se iban apagando, el corazón de Xus se encendía. Volvía a latir. Volvía a amar.

VIVE DE CRISTO

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