JESÚS, TODO LO HA HECHO BIEN
31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.
33 El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effetá», que quiere decir: «¡Ábrete!»
35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.
37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» (MC. 7, 31-38)
En este Evangelio, le presentan a Jesús un sordo que además apenas podía hablar. Un hombre que está aislado de sus compañeros, pues ni oye, ni entiende, ni puede expresar nada, pues tampoco habla: un sordomudo.
Este hombre es la expresión de los que tienen embotados los sentidos y sabemos que “la fe entra por el oído”. Pues, este está taponado y la fe del hombre, si alguna vez tuvo alguna en otro tiempo, está paralizada,no ha podido crecer al no recibir oyendo la Palabra de Dios. Su situación es lamentable. Él no puede hacer nada por sí mismo, pero tiene hermanos que comprenden todo su drama y hacen algo por él: “lo llevan a Jesús”. Si Él no cura su sordera, nadie lo podrá hacer. Este es el momento en que los hermanos suplen con su fe lo que el enfermo no puede tener por la parálisis de sus sentidos.
Y Jesús, a solas, “apartándolo de la gente, mete sus dedos en los oídos del enfermo y con su saliva le tocó la lengua y a la palabra sagrada de “Effetá”, “ábrete”, se queda su lengua expedita y sus oídos oyen. ¡El asombro y la alegría, con la acción de gracias, acompañan a la multitud porque “todo lo ha hecho bien”!
Nosotros no podemos nada y, muchas veces, nuestras potencialidades están como paralizadas, pero cuando vamos a Jesús, todo cambia. Ir a Él para ser curados, esto nace de una fe y una confianza en Jesús que nunca queda defraudada: ¡Él lo puede todo, basta que tengamos fe! Y si vemos que nuestra fe es floja, que no confía lo suficiente, hagamos el acto de humildad de acudir a los hermanos para pedirles la ayuda de su confianza que es mayor que la nuestra. Pongámonos en sus manos para que “nos lleven a Jesús” y experimentemos la salud y la gracia en nuestro Médico divino, que es poderosísimo y no sabe sino hacer el bien y restaurar su creación que, a veces, está deformada por el pecado.
¡Jesús, sanador de nuestras dolencias e imperfecciones, acércate a mí con el mismo amor y entrega con que lo hiciste a este sordomudo! ¡Toca mis sentidos y sobre todo mi corazón para que, al calor de tu gracia, te vea y te oiga y me adhiera a tu Palabra que es capaz de sanar y salvar! ¡Dile también a mi sordera y a mi mudez: “Effetá" y te serviré como hijo de Dios y hermano tuyo por el amor!
¡Señor Jesús, hazme experimentar tu cercanía porque, si Tú no me llevas a ti, yo no podré ni siquiera llegar a tus pies y menos a tu Corazón para oír tus latidos y quedar empapado de amor y entrega a ti y a los hermanos! ¡Y si tu amor por mí sube de punto, pues es sin mérito alguno de mi parte, acércame a tu boca para oír tu Palabra que quiere llevarme a gozar de ti por toda la eternidad!
¡Sé que pido mucho y que excede hasta mi capacidad de recibir, pero tú eres Dios y quieres mostrarte ante mí Bueno, el único Bueno!
¡Qué así lo haga tu bondad! ¡Amén! ¡Amén!



