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YO CONOZCO A MIS OVEJAS Y ELLAS ME SIGUEN

27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.
28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
30 Yo y el Padre somos uno» (Jn. 10, 27-30)

Habla aquí Jesús, de una imagen pastoril. El pueblo judío, estaba muy identificado con el mundo del pastor y las ovejas, y se ve claro en los Salmos: “El Señor es mi pastor, nada me falta” ... “Pastor de Israel escucha, tú que guías a José como a un rebaño” ... Y muchos más… El pastor y sus ovejas forman una sociedad indivisible. Él, las cuida, llevándolas a abrevar a pastos jugosos y a manantiales de agua cristalina. Conoce a cada una por su nombre, y es tan dulce y segura su voz que, le siguen a donde Él las conduce. ¡Es que son suyas y las ama! Y es tan firme, esta relación, pastor y oveja que, ningún extraño puede entrar en el hato y llevárselas, arrancándolas de la mano de su dueño...

Y Jesús, hace una transposición de todo esto, al mundo sobrenatural que, ha inaugurado entre nosotros. Jesús es el Buen Pastor y todos los hombres son suyos porque se los ha dado el Padre. Por todos, entrega su vida y sus desvelos. Pero sólo a las ovejas dóciles, y que, escuchan su voz inconfundible, y creen en Él, a ellas, les tiene preparada la vida eterna, la vida junto a Él, por encima del tiempo y el espacio, una vida feliz en el Reino de Dios… Todo esto, es una promesa segura, porque el mismo Dios nos la ha hecho y no puede ni engañarse ni engañarnos...

Más, en este tiempo, en el mundo, es donde se fraguan todas estas maravillas que, “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero Dios, nos lo ha revelado por el Espíritu” ... Por tanto, escucharemos su voz, para sentir en todo, lo que Dios nos ha revelado... Es verdad que, a veces podemos hacer “escapadas” de todo lo que Jesús nos ha comunicado de parte del Padre, pero Él, una y otra vez, nos buscará, como a la oveja perdida, y con ternura y misericordia, nos volverá a llevar al redil de su Iglesia, donde el Espíritu Santo ha prometido habitar y asistir, con sus luces…

El Padre, entrega todas las almas de los hombres al Hijo y después de haberlas convertido a Él, ya santificadas, las vuelve a entregar al Padre para que, le glorifiquen y le alaben y le den gracias, pues Dios, al crearnos, nos lo da todo, pero Él, no nos debe nada. Es un acto de liberalidad y amor que, nunca podremos agradecer suficientemente. Y es que, nosotros, siempre estaremos en deuda con Dios, de aquí la humildad de reconocernos criaturas, totalmente dependientes de Él: “Sin mí, no podéis hacer nada”, conducente a la vida eterna, a llegar al Cielo...

Dice Jesús: “Yo y el Padre somos uno” ... ¡Qué el Espíritu Santo, nos conceda llegar a saborear nuestra unión con Jesús y con el Padre, siempre en este Amor del Espíritu Santo! ... ¡Amén! ¡Amén!...

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