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¿QUÉ SABIDURÍA ES ESA Y ESOS MILAGROS?

1 Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: « ¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros? » Y se escandalizaban a causa de él.
4 Jesús les dijo: « Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio. »
5 Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.
6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando. (Mc. 6,1-6)

El Dios que tenían los judíos, era el Dios de los Padres: Abraham, Isaac, Jacob y el gran Moisés. Siempre entre ellos y sobre todo en las hazañas de la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto y en su andadura por el desierto hasta la tierra prometida, fue un Dios grandioso, con proezas y apariciones insospechadas. Su Palabra, era como un trueno que habitaba en el fuego, de modo que el pueblo le pidió a Moisés: “¡háblanos tú de parte de Dios, porque oírle a Él, es morir!”...

Y es que el Pueblo de Dios, no podía cambiar sus esquemas mentales y ver a un Dios muy cercano y que no atemoriza, sino que muestra esa cercanía, en el Amor. Les gustaba este Dios terrible y que espantaba a los demás pueblos y a sus dioses... Y no es que la Palabra de Dios, en los Profetas y en los Salmos, no les mostrara que el Dios- Yahvé era también, tierno como una madre, sobre todo con los pobres y los humildes… ¡No, pero a la llegada de Jesús, como uno más, no podían los intérpretes de la Ley y los Profetas, acoger a un Dios que es hombre y que de parte de Dios, cura, echa demonios y tiene tanta sabiduría: ¡un hombre que hace tales milagros y que habla como si fuera Él Dios, ello era escandaloso!...

Y con estas creencias, los judíos del tiempo de Jesús, no confiaban en Él… ¡Y menos, los de su pueblo y su parentela, ello les resultaba insoportable!. Pero Jesús no trataba de convencer a los incrédulos sino de predicar el Amor de Dios- Padre, para con todos los hombres... Por esto, “en Nazaret, no hizo casi ningún milagro, solo curó a algunos enfermos, imponiéndoles las manos”. Y Jesús les dijo: “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”... Los oyentes, es seguro que recordarían al profeta Jeremías, a quién Dios avisó: “porque incluso tus hermanos y la casa de tu padre, esos también te traicionarán y a tus espaldas gritarán. No te fíes de ellos cuando te digan hermosas palabras”. (Jer. 12, 6). Esta Palabra de Dios, la tenía en sus labios, pero estaba muy lejos de su corazón. Dios mismo, a través de sus Profetas, corrige, amonesta, avisa, pero si el hombre no quiero escucharle, Dios lo respeta porque amándole, lo hizo libre, hasta para rechazarle...

¿Es que no veían sus paisanos que Dios estaba con Jesús?: ¡Claro que sí, pero prefirieron endurecer su corazón a convertirlo ante la verdad y el bien!... “Y Jesús, se extrañó de su falta de fe”...

¡Seamos nosotros sencillos y buenos de corazón, como algunos de los parientes de Jesús, que quedaron prendidos en su Palabra y en sus obras y Jesús llamó a alguno de ellos, para ser sus íntimos, entre los doce Apóstoles! ...

¡Señor, que tu Espíritu Santo nos haga humildes y llene nuestro corazón de confianza en Jesús, pues verlo a Él, es ver al Padre, ya que el Padre y Jesús, son una sola cosa!...
¡Amén, amén!..

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