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ESTE ES MI CUERPO, Y ESTA MISANGRE, DERRAMADA POR MUCHOS

12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?»
13 Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle
14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"
15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.»
16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.
22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.»
23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»
26 Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. (Mc.14, 12-16.22-26)

Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre del Señor, hechos en un trozo de pan y en una copa de vino. Son los alimentos básicos para el hombre. Y Jesús hizo esta transformación, en estas especies tan cotidianas, para decirnos que Él se encarna en lo más sencillo y vital. ¡Que es Dios, pero no un Dios que quiere aturdir nuestras expectativas o deseos con su majestad y grandeza...! No, nuestro Dios es humilde, que usa su poder para abajarse y hacerse asequible a todos y no para aplastar nuestra pequeñez y que, en vez de amarle y adorarle, ¡le temamos y nos espantamos con su presencia!...

¡Dios mío, qué grande eres en signos tan pequeños y tan necesarios para nosotros, como es el pan y el vino!... ¿Quién hay como Tú, que inventaste la humildad, para meterte en ella y darnos a comer y a beber de su sustancia?... ¡Gracias, Dios mío!... ¡No me asusta cuando me acerco a comerte y a beberte, sé que haciendo esto, Tú me has prometido la vida eterna, ¡el gozarte para siempre!... ¡Así me lo has revelado en tu Palabra y yo lo creo con toda la fe de que soy capaz!... ¡Y me acerco a este Misterio para adorarlo y postrarme ante Él, dándote infinitas gracias!...

¡No otra cosa, sino el Amor, te hizo entrar, con toda tu divinidad y tu Cuerpo Santo, en este trocito de pan!... Y aunque estás en la Eucaristía, día tras día, sin cansarte, ni echándonos en cara nuestros olvidos de tu Presencia viva, no te has quedado con nosotros “hasta el fin de los siglos”, para que te adoremos... ¡Aunque esto también!, sino para que te comamos y seamos llenos de tu vida divina, que es todo Amor... Así, al comulgarte, tu Cuerpo es nuestro cuerpo y tu Sangre pasa a la nuestra... Y ya no somos los mismos, antes y después, de tomarte... San Pablo lo sentía así, como es verdad: “Ya no soy yo, sino que es Cristo quién vive en mí”... Éste intercambio nos lleva a “morir al pecado de una vez para siempre y a vivir sólo para Dios”…

¿Qué nos sucede que muchas veces no se hace esto realidad, en nuestro vivir de cada día?... ¡Es que con nuestra mente y nuestra inconsciencia, no escuchamos con gran deseo esta Palabra de Dios, en tan Excelso Misterio!... Pero Jesús no quiere que esto nos suceda, y por mil maneras aviva nuestra fe y mantiene los ojos de nuestro espíritu para que comprendamos su Don, el Amor de su Espíritu Santo en estas realidades, aparentemente tan sencillas y pobres...

¡Para acercarse a Dios, hay que pasar por la puerta pequeña de la simplicidad y el amor derramado en este pequeño pan y en este poco de vino!... ¡Hay que hacerse “loco por amor”, como Jesús, y no dar rienda suelta a nuestra mente, sino abrir el corazón para que la llama de su Espíritu de Amor arda en nosotros y nos haga otros Cristos!... ¡Para que cuando el Padre nos contemple, diga en el colmo de su entusiasmo amante!: “¡Tú eres mi hijo, cómo te pareces a mi Hijo, por eso te amo tanto y me entrego todo a ti, para que goces de mi Trinidad Santísima!...

¡Dios Padre y su Hijo Jesús, nos inspiran esta oración! ... ¡Qué se haga como Dios desea, en la Trinidad Santísima!... ¡Amén!...

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