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YO SOY EN VERDAD LA VERDADERA VID

1 « Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
2 Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.
3 Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.
8 La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. (Jn. 15, 1-8)

¡Que bien entendía Israel, un pueblo también agricultor, la alegoría de la vid con sus sarmientos! Pero siempre habían oído que “la viña del Señor es la casa de Israel, su plantel preferido". Pero Jesús les habla de otra realidad más alta, rompiendo el nacionalismo y la exclusión de otros pueblos que no fuera el pueblo elegido por Dios.

Jesús, en principio, ya no les habla de “Dios” sino de “el Padre”, que es el verdadero Viñador y el que cuida su viña, que no es un pequeño pueblo, aunque sea el elegido por Él en otro tiempo, sino todos los hombres, la humanidad a la que ama entrañablemente porque es suya...

Y Jesús nos pide que estemos unidos a Él: “permaneced en Mí y yo en vosotros” como esa unión del sarmiento con la vid: la misma savia, la misma vida, la misma corriente de amor. Pero no basta ese “permanecer” si el sarmiento no manifiesta estas realidades a través del fruto copioso que sale de ella: uno puede estar adherido a Jesús y no llegar a ser fecundo, porque su unión puede ser más “costumbre” que “pasión de amor”. El grado de amor da la fertilidad, con los muchos frutos...

Por tanto, velemos para que nuestro amor a Jesús sea intenso, cualificado, exclusivo: ¡Él y nada más que Él y lo demás, todo, después!... Pero sabemos que esta transformación interior no es obra nuestra, ni el resultado de nuestros deseos y esfuerzos, sino Don del Espíritu Santo que entra en nosotros como un viento impetuoso de Amor y todo lo hace fecundo... ¡Lo nuestro es rogar al Dueño de la viña, al Viñador, que vele sobre nuestra cepa, para que nada ni nadie la separe del Tronco de la vid que es Jesús!...

¡Que Él nos amarre con fuerza y no escapemos fuera de Él, lejos de su Palabra que es la que nos está salvando!: ¡La escucha y la obediencia a su Palabra es la que nos da Vida abundante!... ¡Ser sarmiento seco, arrojado fuera!, ¡no, nunca!, ¡Dios no lo quiera, ni de nosotros ni de los que amamos!... Unidos a Jesús nuestra oración será poderosa, porque no pedimos con nuestra voz sino con los gemidos inefables del Espíritu Santo... ¡Que Éste sí que sabe pedir lo que nos conviene: ni bienes de esta tierra, ni salud, ¡ni la paz con los que nos aman menos, sino lo que Dios quiera para nosotros!... ¡Él es el Camino y nos conducirá infaliblemente a manantiales de agua, en medio de “las aguas torrenciales del amor”: en medio de las tribulaciones y goces de esta vida, “sin otra luz y guía, si no la que en el corazón ardía”, que es el Espíritu Santo en acción en nuestra alma y en nuestro cuerpo!... ¡Que así sea Jesús, Viña Virgen y fuente de vida y amor!...

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