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QUIÉN CREE EN MÍ, CREE EN EL PADRE

44 Jesús gritó y dijo: « El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado;
45 y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.
46 Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.
47 Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.
48 El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día;
49 porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar,
50 y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí. » (Jn. 12, 44-50)

Estamos ante el último discurso de Jesús a los judíos antes de su Pasión, según el Evangelio de San Juan. Y Jesús clama, grita, porque no sabe cómo modular la voz para que acojan su Palabra, que es Vida y Vida eterna. Pero ellos, aunque muchos creyeron en Jesús, tenían respetos humanos y temían que si se adherían a Él, los fariseos los expulsarían de la sinagoga “porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios”... ¡Qué importante es ser fiel a Dios antes que a los hombres! Pues la fidelidad al Señor nos alcanza el cielo, mientras que el agradar a los hombres, no nos da nada trascendente y a veces nos inclina al pecado, llevándonos a la vanidad y a la búsqueda desmedida de nuestra propia gloria...

La Palabra de Jesús es luz para nuestra vida y siempre nos inclina al bien. Ella ilumina los rincones oscuros de nuestro corazón y al descubrirlos podemos, con la gracia de Dios, limpiar y acometer la conversión de las tinieblas en Luz para que todo quede patente a los ojos de Dios. Y ya, inclinados al bien, gozar y disfrutar de nuestra condición de hijos adoptivos de Dios... Todo este camino de manos de la Luz, nos lo ha traído Jesús del cielo, del mandato del Padre que “ha dicho a Jesús, lo que tiene que decir y de cómo ha de decirlo”... ¿Hay sumisión amorosa más grande que esta dulce obediencia de Jesús a su Padre Dios? Jesús no tiene nada propio, todo lo que tiene es del Padre y Él mismo es todo “el Amado del Padre”...

Imitémosle quedando sobrecogidos por esta obediencia y abandono en las manos del Papá-Dios. Nosotros no tenemos, en el origen, otro Padre más que el del cielo. El que de sus entrañas amorosas nos creo con este Amor; nos conserva en la existencia y nos cuida y protege, para que lleguemos a la meta: Dios mismo, de donde salimos y a quien volvemos...

La Palabra, que es Jesús, necesita ser acogida en nuestro corazón. Ella ha venido para salvarnos, para hacernos llegar a la Luz después de las tinieblas en las que a veces nos movemos si rechazamos esta Palabra! Qué insensatez y suicidio espiritual: ya no nos queda otra tabla de salvación más que una pavorosa soledad y aniquilamiento de tanta gracia como Dios depositó en nuestro corazón!... ¡Pero no, Dios no quiere esto para nosotros, pues nos ha hecho fuertes en la entrega de su Hijo en la cruz!. Y toda su Sangre clama delante de Él, casi “exigiendo” misericordia y bondad para lo que es pobre y débil, pero muy amado de su Corazón, porque así lo ha querido Él!…
¡Confiemos siempre en el amor de Dios por cada uno de nosotros y nunca desesperemos de alcanzar la salvación!... ¡Su Palabra nos sostiene y arropa, acojámonos a Ella y no temamos nada!…¡Amén!...

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