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TRES INVITACIONES: LA ORACIÓN, LA LIMOSNA Y EL AYUNO

1 « Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;
4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 « Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
16 « Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
18 para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt. 6, 1-6.16-18)

Hoy, con el Miércoles de Ceniza, empezamos nuestro camino cuaresmal, que concluye en la Pascua, en la Resurrección de Jesucristo y de nuestra alma y nuestro cuerpo! Esto es muy esperanzador y produce alegría: no vamos en prosecución de una negación de las cosas porque sí, sino que al buscar lo esencial para llegar a la meta, las cosas que no son esenciales se caen por sí mismas: los bienes de este mundo, la salud y la belleza y todo lo que en sí no tiene consistencia en su ser… ¡Pero no podemos decir lo mismo de la oración, la limosna y el ayuno!… ¿Es accidental mi trato con Dios?… ¡Ni muchísimo menos!... Él es el Señor de mi vida y a Quien hago referencia en cada cosa que pienso, deseo y que soy. Él es el sentido de mi existencia y, por tanto, el diálogo ininterrumpido con Él me va afianzando en el Amor y el Bien: nos hacemos un espíritu con Él… Si en el caminar diario dejamos un poco de lado este “trato de amistad con Dios”, ¡es ahora el momento de convertirnos a estos ratos de “intimidad amorosa con quién sabemos que nos ama” más que nadie en este mundo y hasta más que yo mismo!…

Otra dimensión importante la tenemos en la limosna. Dice un santo Padre, que lo que no hayamos dado, tampoco nos lo llevaremos a la otra vida. Pero las obras de amor están todas escritas en “el Libro de la vida” que tiene el Cordero, porque no quiere olvidar ni una sola de estas obras de misericordia, hechas por amor a Él. El hermano está con su mano extendida, si cabe, más en este tiempo, reclamando mi atención caritativa. Al mirar y socorrer “al otro”, atiendo al mismo Jesús, que me mira y espera de mí, sin palabras, pero con su gesto… En estos días pidamos a Jesús ojos nuevos para ver esta realidad, que quizás en el correr diario, no percibo que así sea. Cuando “arropo con mi lana” a mi hermano, estoy cubriendo mi desnudez de “las obras muertas” que en el día final no me van a acompañar, sino estos actos que respiran amor y vida en Cristo y que Él reconocerá como suyos…

Y por fin, tenemos “el ayuno”. Decían los malos por boca de Isaías: “¿Para qué ayunar, si Tú no lo ves? ¿Mortificarnos, sí Tú no haces caso?” Y es que nos abstenemos de cosas que no nos son necesarias o quizás son dañinas. ¡Mí ayuno no espera ninguna recompensa! Ya el hecho de ayunar, me está ayudando a mí a que mi vida sea más auténtica y transparente. A caminar más ligero para el encuentro con Dios, en la Eucaristía y en los ratos de oración y de diálogo profundo con Jesús, mi Maestro y Señor, que me enseña la Verdad de todas estas cosas… No es ayunar para “arrancar”, sino ayunar para que salga a la luz lo bueno y lo verdadero que Dios ha puesto en mí, como hijo suyo querido…

¿Y de qué ayunaré?... Pues cada uno sabe lo que se le pegó en el correr de los días. Pero seguro que todos tendremos que ayunar de la infidelidad a Dios, afilando el espíritu en la delicadeza en el trato con mis hermanos; en el servicio humilde, pero diligente; en las pequeñas cosas; en la presteza en “dar a Dios lo que es de Dios”: su Gloria, la obediencia sin condiciones, El trato asiduo y cariñoso con Él…

¡El Señor, está deseando iluminarme en esta Cuaresma para acercarme más y más a su Corazón y darme vida!… “¡Escuchemos hoy su voz!”…

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