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BIENAVENTURADO EL QUE NO SE ESCANDALICE DE MÍ

19 los envió a decir al Señor: « ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? »
20 Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: « Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? »
21 En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.
22 Y les respondió: « Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva;
23 ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí! » (Lc. 7,19-23)

Juan está preso por la maldad de un rey inicuo. Esta soledad no la ha elegido él, se la han impuesto. En el desierto, su soledad estaba poblada de certezas de la Palabra de Dios: allí, el Señor, le fue configurando con su vida de Precursor del Mesías. Pero en este encierro, como si su inspiración profética se fuera ahogando… Ahora sólo tiene preguntas sin respuesta y dudas, porque Jesús, a quien él ha declarado ante el pueblo, que Él era el Mesías, no dice abiertamente que lo es. Es más, a quien lo quiere manifestar a voces, les hace callar… Esta actitud de Jesús crea ansiedad en Juan, que tan exactamente cumplió su misión de decir: “¡Este es!"… Pero Jesús nunca pronunció la palabra equivalente: “íSí, yo soy!”…

Los planes de Dios desconciertan a los hombres, y más a los Elegidos… Así las cosas, y viendo Juan así mismo las reticencias de sus discípulos y cierta aversión hacía Jesús, envía a dos de ellos, para que le pregunten abiertamente: “¡Eres tú el que ha de venir, o ¿tenemos que esperar a otro?!”… Y Jesús no responde, ni “sí”, ni “no”, sino que les remite a la profecía de (Isaías 29, 18-19; 61,1- 2): “los ciegos ven, los cojos andan y los pobres son evangelizados”… Y la razón de esto es porque “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque Yahvé me ha ungido”… ¿Qué más claro que este oráculo, que asegura que Jesús es el Enviado de Dios? Pero Jesús añade: “¡Y dichoso el que no se escandalice de Mí!”. Exige de Juan Bautista, y de todos sus discípulos, y de nosotros, que creamos en Él, que no dudemos en que Él es el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo, como anunciaron desde antaño todos los profetas. ¡Nuestra adhesión a Él y a su Palabra ha de ser total, sin vacilaciones, sin ambigüedades: Jesús es Dios aquí y ahora, y también para nosotros, que buscamos y deseamos la Salvación…

No sabemos si esta respuesta de Jesús dejó satisfecho a Juan, pero lo que sí sabemos es que Juan no volvió a manifestarse más con preguntas y explicaciones… Juan debió de quitar las reticencias de sus discípulos hacia la persona y misión de Jesús, porque poco más tarde, dos de éstos adeptos de Juan Bautista, siguieron a Jesús y le fueron fieles, como Juan deseaba: “¡Viene Uno, que es más que yo!”… y Juan, iluminado por Dios, como siempre lo estuvo, supo que su misión había concluido y estaba satisfecho… Y no sólo su predicación, sino que supo que su vida estaba ya por concluir: “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”, que pudo decir, como después afirmara San Pablo, al final de su vida…

¡Dios quiera, que al final de nuestra carrera, podamos decir como ellos: “He combatido bien, ayudado de la gracia de Dios, y he mantenido la fe!”…
¡Que Dios lo haga en mí!…

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