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TRES PARÁBOLAS: EL TESORO ESCONDIDO, EL COMERCIANTE EN PERLAS Y LA RED DEL MAR

44 « El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. »
45 « También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas,
46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.
47 « También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases;
48 y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos.
49 Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos
50 y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
51 « ¿Habéis entendido todo esto? » Dícenle: « Sí. »
52 Y él les dijo: « Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo. » (Mt. 13, 44-52)

- Las dos primeras parábolas, pronunciadas por Jesús, coinciden en su dinámica interna: “encontrar”, “esconder” y “comprar o adquirir”. Y es que el encuentro feliz con Jesús es tan fuerte y tan personal, que ningún hombre o algo ajeno queremos que entre en el hallazgo de este tesoro. Si al recibir “su visita” pronto lo queremos dar y comunicar, es que no fue tal, capaz de dar un color nuevo y vida a mi corazón y a todo mi ser…

Al “toparme” con Jesús, lo primero que hago, como por instinto, es esconderlo y esconderme y trabajar muy a favor de este hallazgo… Y es que Jesús, en esta “visita” también quiere esconderse conmigo, a no sé qué “bodega interior”, para no ser visto ni encontrado, si no es del alma agraciada con este Don…

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido”. Es tan sencilla y sugestiva esta imagen ¡que hasta los niños juegan a “esconder tesoros” y a buscarlos, con gran algarabía!… Jesús se hace comprensible a “todos” para explicarnos cómo es el proceso y alegría del hallazgo del Reino de Dios… Ante este regalo uno no duda en “vender todo lo que tiene, para comprar el campo”, o “la perla preciosa”: Lo primero, menosprecia los bienes de fortuna, el dinero o lo que se le parezca… ¡Le parecen basura en comparación con su hallazgo!... ¡Y también, abandona, muy gustosamente, cualquier proyecto de vida: un buen trabajo, un futuro halagüeño, hasta el amor humano de su alma!... ¡Y es que, esa “perla preciosa”, como no hay otra, es el mismo Jesús que se hizo presente ante nosotros y nos dijo, con voz inconfundible: “¡Ven a mí!”… A Él, se lanza “el alma enamorada” que no escuchó otra voz, tan suave y amorosa, como la de Jesús mismo, que con acento persuasivo invitaba a dejarlo todo por Él…

- En la tercera parábola, Jesús, nos habla de “selección”. No, “¡No todo el que dice, Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos!”, es decir, en la intimidad del Espíritu de Jesús, en su Amor divino… “Sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el Cielo”… Lo que nos hace “buenos”, a los ojos de Dios, no es nuestra imagen, ni siquiera “los dones con los que nos agració en el Amado”, sino el que “ha vendido su voluntad” al único tesoro que Dios valora en el hombre: que cese su voluntad propia y haga, en todas las cosas, la de Dios… Se ha dicho que “el hombre es lo que desea”… Y entonces, ¿cómo renunciar a ser hombre?… Pues esto no lo podemos hacer nosotros, sino el Espíritu que habita en nosotros y desea, como Dios, “que seamos santos, como Él es Santo”…

En el cielo sólo hay un querer: el querer del Padre… Y para esta vida de la tierra el Señor nos dotó de una voluntad humana, que hace y deshace, proyecta y ejecuta, pero cuando se trata de ser “seleccionados” para el Reino de Dios sólo vale la oblación ante Él de esta voluntad tan preciada: la entrega de nuestra voluntad a Dios, al igual que el Hijo, que “no ha venido sino a cumplir la voluntad del Padre”… ¡Así, al fin de los tiempos, unos entrarán en el Reino, en la intimidad con Jesús, y otros no!…

¡Señor, no nos rechaces para siempre!... ¡Llévanos contigo!… ¡Haznos buenos por nuestra entrega a Ti!

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