TE SIGO SEÑOR, PERO…

51 Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén,
52 y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada;
53 pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén.
54 Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»
55 Pero volviéndose, les reprendió;
56 y se fueron a otro pueblo.
57 Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.»
58 Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
59 A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.»
60 Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.»
61 También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.»
62 Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» (Lc. 9, 51-62)

Cuando Jesús llama a su seguimiento, no valen los “peros”. O seguimos a Jesús, o seguimos las máximas del mundo. Entre los dos caminos, no hay un atajo intermedio. Jesús, ante la voluntad del Padre, no le dio largas o le propuso otro medio más exitoso para anunciar el Evangelio a los hombres y así salvarlos. A la humanidad de Jesús, ante la dura prueba que el Padre le impuso, y sabía Jesús que, sólo era por amor, también se le ocurrió decirle al Padre: “si es posible, pase de mí este cáliz”. Pero inmediatamente, reconoció que, su voluntad humana, no era acorde con la voluntad divina del Padre. Y dijo con humilde acogida: “pues no se haga mi voluntad sino la tuya”.
La llamada de Jesús es exigente, porque no nos pide nada que antes no nos haya dado: su humanidad, con todo su Cuerpo y Sangre y toda su Divinidad, porque en Jesús, hay una sola Persona: “el Verbo de Dios que, se hizo carne y hábito entre nosotros”. Todo, todo nos lo ha dado, por ello, puede pedirlo todo. Pero, no nos forzará en esta donación, sino que, como Él, lo hizo todo por amor, quiere que este amor nos mueva del principio al fin, en nuestra entrega.
Pero, no temamos porque no tenemos su mismo amor, porque Él, nos ha asegurado su asistencia, en todo momento, “si no lo negamos ante los hombres, Él intercederá por nosotros ante su Padre del cielo” ... Y tenemos el testimonio de miles de mártires y confesores de la fe que, con la fuerza de Jesús y con su Espíritu, dieron su sangre y su vida, porque el amor a Dios, era más fuerte que, el amor de sí mismos.
Y lo primero con lo que nos encontramos en este Evangelio, es que, nuestra proposición de vida eterna, es rechazada. Y el mundo (en este caso, ésos samaritanos), no querían oír hablar de Jesús y de su invitación a convertirse y a gustar, ya en esta vida, del amor de Dios... Y la primera reacción instintiva, y muy humana, es la venganza ante este rechazo: “Santiago y Juan, quieren hacer caer fuego del cielo y así acabar con ellos”. Pero Jesús, los regañó”: Él, no ha venido a perder y destruir a los hombres, sino a salvarlos de las mismas redes de su vacío y ensimismamiento. “Y se fueron a otra parte”.
En el camino, no obstante, se le presentaron tres individuos que, ofrecían seguirle. Sus palabras, sí, son entusiasmas, pero su corazón, está muy lejos de lo que pide Jesús, en su seguimiento: “mira, yo no tengo casa, ni morada dónde arroparme. Tengo menos seguridades que las zorras o los pájaros”: Es la primera frustración para el que tiene buenos deseos, pero su corazón no arde con el fuego del Espíritu de Jesús.
El segundo hombre, es invitado por Jesús, pero está muy apegado a la familia y desea, antes de ir tras Él, llegar al término, de la vida de su padre: está atado con fuertes lazos familiares. El tercero, es dependiente de los suyos y quiere complacerlos en sus deseos, pero Jesús le advierte que “no hay vuelta atrás, una vez que uno ha puesto ya la mano en el arado”.
¡Los hombres de entonces, como los de ahora, son los mismos!; Y “El Señor, es el mismo, ayer, hoy y siempre”.
¡Pidamos al Espíritu Santo luz y fuerza para seguir a Jesús por donde Él ha ido primero, y por donde nos lleve a cada uno! ¡Qué así se haga, por su Amor! ¡Amén, Amén!...

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