JESÚS, ES NUESTRO ETERNO SACERDOTE, ANTE DIOS

1 Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.
2 Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.
14 Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo.
15 No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.
16 Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo.
17 Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad.
18 Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo.
19 Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
20 No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí,
21 para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
22 Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno:
23 yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
24 Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplan mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado.
26 Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.» (Jn. 17, 1-2. 14-26)
Nuestro Señor Jesús, es Sumo y Eterno Sacerdote que, está sentado a la derecha de Dios, en los Cielos, para interceder en favor nuestro.
Dios, ya en el Antiguo Testamento, instituyó el sacerdocio en la persona de Aarón, para que, ofreciera dones y sacrificios en expiación de los pecados de su pueblo, Israel. Aarón, tenía que, ofrecer muchas veces víctimas expiatorias, como Dios le ordenó, porque los pecados eran continuos y oraba por sí mismo y por Israel. Pero este sacerdocio, era una simple figura de la realidad. Él, anunciaba que, llegaría el día en que, Dios aceptaría un sacrificio de expiación perfecto, es decir que, no sólo borraría los pecados de entonces, sino los de todos los hombres. Y es que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz, contenía en sí, todos los elementos para que el Padre acogiera este sacrificio.
Jesús, es el Hijo de Dios, pero Él, no se confirió el honor del sacerdocio, sino Aquél que le dijo: “Tú, eres Sacerdote eterno” y “Pídemelo, te daré en herencia todas las naciones”. Jesús, es la perfecta víctima que, se ofrece, porque Él, es santo, es un Cordero sin defecto ni mancha; También Él, es el Altar donde se ofrece que, fue rociado, para la purificación, con su propia Sangre. Él, es a la vez, ofrenda y altar, con su propio Cuerpo muerto en la cruz... Pero lo más importante es que, Él mismo, fue el sacerdote para siempre que, ofrece al Padre, su Humanidad Santa y su Santísima Divinidad, porque su Persona, aunque se encarnó y “fue hombre como uno cualquiera”, no dejó nunca de ser Dios que, habita en el Seno Trinitario junto al Padre y al Espíritu Santo, en perfecta unidad.
Y con referencia a nosotros, todo esto, nos afecta muy positivamente, porque ahora que, Jesús está ya eternamente en el cielo, intercede cada instante por los suyos que, es su Iglesia, como Cuerpo Santo, que ya no puede separarse de la Cabeza que, es Cristo. Su Sangre Preciosa, está de continuo ante el Padre, para recordarle todo el amor que nos ha entregado y Ella, se derrama siempre, sobre las cabezas de los que han creído en Él y le han amado. No le importan nuestras debilidades, pues Él también sana nuestras heridas.
Y hay todavía más: Jesús, nos ha asociado a su sacerdocio, de forma que, “presentando nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, realizamos ante el Padre, un culto perfecto”. No es por nosotros mismos que, somos sacerdotes acogidos por el Padre, sino que, fue Cristo en la Cruz que, nos mereció este don inestimable: “después de muerto Jesús, un soldado con la lanza le traspasó el Costado y de él salió Sangre y Agua”. Que representan, el fuego del Amor en la Eucaristía, por la Sangre; Y el Agua, la purificación del Bautismo que, limpia todos nuestros pecados y nos devuelve la imagen de Dios, impresa desde siempre en nuestra alma y perdida por el pecado...
Nuestro sacerdocio, tiene su origen aquí, al pie de la Cruz, así como todos los sacramentos de Vida. ¡Señor, la gratitud muy rendida, es lo único que cabe ante este Misterio de Amor! ¡Gracias Jesús! ¡Gracias por tu Cuerpo y Sangre! ¡Amén, Amén!