JUAN, EL QUE BAUTIZA PARA CONVERTIR

1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
2 Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino.
3 Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas,
4 apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
5 Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
6 Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.
7 Y proclamaba: « Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias.
8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. » (Mc. 1, 1-8)

San Lucas, el evangelista, comienza su Evangelio con los orígenes y la infancia de Jesús y de su Precursor, Juan el Bautista. Pero San Marcos no toma esta perspectiva, sino que sin preámbulos anuncia el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, y nos habla de un oráculo de Isaías, en donde se anunciaba: “un mensajero que preparará el camino al Mesías”: “invitando a todos los hombres que se acercaban a él, a convertirse de sus pecados” y recibir, como signo externo de este cambio de vida, un bautismo de inmersión en el agua del Jordán…

Cuatro siglos hacía que no había habido un profeta en Israel, por ello, la aparición de Juan Bautista, es acogida con gran expectación y entusiasmo. Pero Juan no era como muchos profetas falsos anteriores a él, que anunciaban la aniquilación del pueblo opresor de los judíos: los romanos. Sino que el exigía no la destrucción extranjera, sino el cambio moral de vida y costumbres: la conversión a Dios, porque el que venía, y él le preparaba el camino, quería corazones limpios de las manchas del pecado y quería enviarles su Espíritu de Santidad…

Juan trae el bautismo de penitencia, y Jesús el Espíritu Santo. ¡Toda preparación para recibir al Mesías Salvador era poca y muchos se acercaban a Juan para preguntarle!: “¿Y yo, qué tengo que hacer?”. Signo este de que su palabra les había quebrantado el corazón… Pero la palabra y la acción de este hombre de Dios iba avalada por su vida penitente y austera, y su conciencia de que el era tan sólo un mensajero del Enviado, “a quien no era digno, ni siquiera, de abajarse para desatarle la correa de sus sandalias”. Éste era oficio de esclavos y Juan no se consideraba ni esto…! Qué ejemplo de humildad nos da Juan!: Treinta y tres años viviendo en el desierto, en oración y penitencia, le habían dado un conocimiento sobrenatural de su misión y su breve tarea, delante de Jesús: el era la lámpara que soportaba la Luz, que venía a alumbrar con Luz propia. “Jesús, es la Luz verdadera, que ilumina a todo hombre que cree en Él, viniendo a este mundo”…

Nuestro trabajo en esta tierra es todavía más humilde que el de Juan, ¡aunque muy importante a los ojos de Dios!... Dice el Apóstol, “después de haber hecho lo que teníamos que hacer, digamos: somos unos pobres siervos”… ¡Decir y creer esto, que parece tan sencillo, no es tan fácil a nuestra naturaleza, que al estar herida siempre quiere levantar un palmo más, sobre sus capacidades!… Pero, si nos ponemos en oración ante Dios, Él, que es la Verdad de todas las cosas y de nosotros mismos, nos lo hará ver así y creerlo, y le daremos gracias, pues siendo criaturas débiles y pequeñas, con la gracia de Dios, “haremos cosas mayores”… Pero siempre le atribuiremos al Señor “el querer y la actividad, según a Él le parece”... ¡Lo nuestro es alabar y bendecir a Dios, porque es Dios, y con su Bondad y Poder hace maravillas en sus siervos fieles!…

¡Pidamos al Señor la humildad de Juan el Bautista!…

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