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Parábola, el padre manda a sus dos hijos a la viña

28 « Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña."
29 Y él respondió: "No quiero", pero después se arrepintió y fue.
30 Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: "Voy, Señor", y no fue.
31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? » - « El primero » - le dicen. Díceles Jesús: « En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios.
32 Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él. (Mt. 21, 28-32)

Y sigue Jesús amonestando a “los sumos sacerdotes y a los ancianos” para que se conviertan. Tarea casi imposible por su posición privilegiada ante el pueblo: son los dirigentes religiosos y “la sabiduría de Dios” en estos ancianos… ¿Cómo decir: “somos los que tenemos la Verdad de Dios” y reconocer: “nos hemos equivocado y queremos convertirnos”?... Sí que hubo alguno que hizo este camino de conversión, por la Palabra de Jesús, en la que vieron que era Dios mismo el que los amonestaba. ¡Pero son los menos!… Así Jesús no desiste en hablarles y ahora lo hace con una parábola: Un padre cualquiera con dos hijos. A ambos les manda a trabajar a su viña. El primero, es perezoso y egoísta y le responde al padre: “¡no quiero!”… Pero después recapacitó, se le movieron las entrañas de hijo en amor a su padre, y acabó yendo a trabajar a la viña…

Al segundo le dijo lo mismo el padre. Éste, tenía la imagen de fiel y cumplidor, y asintió con amabilidad a su demanda. Pero al fin, no fue: por negligencia o por los mismos defectos del primer hijo: la pereza y el egoísmo. Pero el fin de su acción no fue ceder a la voluntad del Padre, sino “la inercia y la no respuesta”…

El primero, fue el hijo obediente, y el segundo, no. Y Jesús, parangona estas actitudes con la dureza de corazón de los sumos sacerdotes y la docilidad de los publicanos y prostitutas ante la figura de Juan el Bautista. Este pedía un cambio de corazón, la conversión de la vida, para abrir las puertas al Mesías que estaba ya en medio de su pueblo. Todos estos le escuchaban con agrado: publicanos y prostitutas. Y muchos de los pecadores le preguntaron: “¿Qué debemos de hacer?”. Prueba de que su corazón se había ablandado y deseaban cambiar de vida…

Los pecadores públicos no tienen que simular nada, pues su vida está patente ante todos. Pero asimismo, el giro de su vida ante la predicación de Juan Bautista, es ensalzado por Jesús y dice que estos van delante de los sumos sacerdotes y ancianos en el Reino de los Cielos, porque su fe y obras últimas los acompañan…

Pero los dirigentes del pueblo no creyeron el mensaje de Juan y por tanto, tampoco tuvieron “obras de justicia” como Juan Bautista y ahora Jesús esperaba…

¡Qué patente está aquí, ante nosotros, la dureza de corazón y la conversión!… Ambos caminos se nos ofrecen en nuestra vida y Dios no nos fuerza la voluntad, sólo nos invita a seguir el bien para hacer su voluntad y agradarle, porque su deseo es que todos los hombres se salven y lleguen a ser felices con Él, en el Cielo…

¡Pero esto requiere que “amemos a Dios sobre todas las cosas y sobre mí mismo”, que le prefiramos a Él, que deseemos su intimidad en el Amor que nos ha regalado en su Hijo Jesús, porque nosotros, mirado en verdad, somos unas pobres criaturas necesitadas de todo, pero muy amadas de Jesús!…

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