NINGÚN SIERVO ES MÁS QUE SU AMO

16 « En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía.
17 « Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís.
18 No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón.
19 « Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy.
20 En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado. » (Jn 13,16-20)

Estas palabras de Jesús a sus Apóstoles están dichas en el contexto del lavatorio de los pies de la Última Cena. Si Jesús, que es el Señor, ha hecho este gesto humilde de lavarles los pies, cosa que sólo lo hacían los esclavos en las casas acomodadas, cuánto más ellos que no son el Dueño ni el Señor deben repetir este gesto entre sus hermanos. Porque “ningún sirviente es más que su amo, ni ningún discípulo más que su maestro. Ya estará contento y agradecido si llega a ser como su maestro”.

Jesús repetía a los suyos muchas veces: “aprended de mí”. Él no se comporta entre los hombres como Dios ¡y lo era!, sino que se humilló a Sí mismo. Se abajó para que comprendiéramos que los que le aman y le sirven han de abajarse también como Él lo hizo. Estos llevan un mensaje de parte de Jesús a sus hermanos los hombres: que el Corazón del Padre es muy humilde porque la embajada que le dio al Hijo fue sólo que diera su vida por ellos.

Esta actitud que nos pide Jesús primero la tenemos que entender con el corazón, no sólo con la cabeza. Si fuera sólo con ésta, sería como meterse en un traje estrecho, que nos agobia. El corazón tiene su forma de comprender y su recipiente es la acogida. Y si su acogida es a la Palabra de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos porque es la Verdad, entonces tenemos que ensanchar nuestras paredes y dejar el corazón sin fronteras. Abierto para que Jesús “nos enseñe” a ser siervos y recipientes que llevan fielmente el Evangelio a sus hermanos. Esto es ser también hijo del Padre que está en los cielos.

Pero aún más: no sólo es acoger a Jesús, sino al que El envía, como si fuera Jesús mismo. El apóstol es portador de Dios para los hombres, es “teóforo”, porque ya no es él un hombre cualquiera sino Jesús mismo en fe y en amor. Y el Señor quiere que en humildad y en fe lo recibamos. Que no miremos su traza o condición, que saltemos por encima y veamos en él a Dios. Así, Dios mismo nos ve a nosotros y nos acoge: saltando por encima de nuestras miserias y pecados, porque sólo desea salvarnos por el amor y la misericordia.

¡Seamos dóciles al Padre y aceptemos con gratitud el misterio de su designio amoroso, que no tenemos que entender sino amar y dejarnos hacer por él!...

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