Pero, ¿quién eres tú?

51 En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás. »


52 Le dijeron los judíos: « Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: "Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás."
53 ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo? »
54 Jesús respondió: « Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: "El es nuestro Dios",
55 y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra.
56 Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró. »
57 Entonces los judíos le dijeron: « ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham? »
58 Jesús les respondió: « En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy. »
59 Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo. (Jn. 8, 51-59)

“¿Quién te has creído que eres?”. Esta es la pregunta que le hicieron a Jesús los judíos y que nos hacemos unos a otros. Pero no es tal la pregunta, pues cuando uno pregunta es para que te den una solución, porque algo no sabes. Como un niño pregunta a su papá: ¿qué es un barco?, y el padre le responde y el niño todo se lo cree todo…

En el caso de los judíos , la pregunta ya tiene su respuesta: “al hablar así es que tienes un demonio”. “Tú te crees más que Abraham o los profetas”, y eso es muy pretencioso, rayas en la blasfemia y “mereces” la lapidación…

El comienzo de su malicia fue porque no escucharon, cuando es un mandato de su Ley: “escucha Israel”. Jesús no se recomienda a sí mismo, es el Padre, en su Palabra y en la de los profetas, quien le recomienda: “Oh muerte, yo seré tu muerte”. La Palabra, da muerte a la muerte y el que la hace caso no morirá para siempre…

Es que si no escuchamos la Palabra de Dios, no podemos conocer a Dios: no se trata de interpretarla, sino de escucharla y darle vueltas en el corazón para que ella me diga, me denuncie, me arguya de pecado y me convierta para sentir su consuelo y cercanía, la unión con Dios en Él, que es la Verdad y saber que somos sus hijos por su Amor en su Verbo…

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