CURACIÓN DE DOS CIEGOS

27 Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: « ¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David! »
28 Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: « ¿Creéis que puedo hacer eso? » Dícenle: « Sí, Señor. »
29 Entonces les tocó los ojos diciendo: « Hágase en vosotros según vuestra fe. »
30 Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: « ¡Mirad que nadie lo sepa! »
31 Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca. (Mt. 9,27-31)

Dos ciegos siguen a Jesús y van gritando. Su situación tan desvalida les hace no tener respetos humanos. Primero siguen a Jesús. A otros en el Evangelio les costó seguir a Jesús. Y hasta uno de ellos, que inició esta aventura, se separó de Él, prefiriendo sus seguridades y dineros. Estos dos ciegos, no fueron invitados por el Señor a seguirle, la iniciativa partió de ellos por su necesidad extrema. La falta de asiento en este mundo trae consigo la libertad para gritar a Jesús: “¡Aquí estoy, no tengo nada, pero todo lo espero de Ti, por eso grito. Los hombres no pueden salvarme, pero Tú sí. Hazlo, por favor!”

Está claro que la llamada parte de Dios. Pero Él mueve nuestro corazón, por dentro, para percibir, como Dios lo percibe, que no tenemos nada propio y que la gracia y la vida sólo nos puede venir de quién dijo: “Yo soy la Vida”… Luego, nuestras situaciones de pobreza, son una gracia para gritar a Dios y pedirle que, como favor, nos escuche y no salve.

Y Jesús no les pregunta a los ciegos por su ceguera sino que les pregunta por su fe en Él: “Creéis que puedo hacerlo”. Ellos, seguros y de inmediato, responden. “Sí, Señor”. Primero Jesús les miró con misericordia, porque ellos se la pidieron: “¡Ten compasión de nosotros!”. Pero no basta que Jesús nos mire con amor. Tenemos que responder a ese amor con una fe y confianza incondicional. Y esto es lo que les pide el Señor. Su fe en Él es grande y el milagro se realizó en un instante, en el momento en el que Jesús tocó sus ojos.

¡Cuánta enseñanza nos dan estos dos pobres hombres acerca de cómo debe ser nuestra oración y trato con Jesús!: Ha de ser muy cercano, de tú a Tú, sin intermediarios, muy seguro y confiado, amoroso porque ya le conocemos y sabemos que todo lo puede…

Y al final, pone el Evangelio una prohibición de Jesús para que no se lo digan a nadie. El sabe que los ánimos del pueblo están excitados por sus milagros y teme el entusiasmo de esta gente que pueda estallar en una manifestación, que las autoridades judías y romanas pronto sofocarían. No quiere que comprometan su ministerio porque ha de realizar la obra que el Padre le ha encomendado… Pero los ciegos no hacen caso de este mandato y lo publican a voces por todas la comarca…

El que ha saboreado “¡Cuán bueno es el Señor!” no puede callar. Se vuelve él mismo apóstol de la Buena Nueva de Jesús… ¿Y nosotros? ¿Nos entusiasmamos con lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas?...

¡Que Él encienda en nuestros corazones el fuego de su Amor!...

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