¿SABÍAS QUE…

… ESTAMOS EMPEZANDO?

¡¡¡Bienvenido a un nuevo curso compartiendo andaduras con Domingo de Guzmán!!! Como indica el título, estamos empezando, pero no solo nosotros, sino también nuestro protagonista. Por refrescar un poco la memoria tras la parada veraniega, señalemos que, en el último capítulo, estábamos a un tris de lograr la tan ansiada aprobación papal. Sin embargo, Inocencio III no tuvo tiempo de cumplir su promesa, ya que se marchó de forma inesperada a la casa del Padre el 18 de julio de 1216. Y, en este punto… ¡¡¡continuamos nuestro relato!!!

Nada menos que dos días después, la Iglesia ya contaba con un nuevo sucesor de san Pedro: Honorio III. Se trataba de un hombre anciano, por lo que se esperaba que su papado fuese de esos que llaman de transición, pero, al mismo tiempo, el ambiente estaba marcado por la esperanza: hacía ya tiempo, Honorio había vendido todos sus bienes y los había entregado a los pobres, para, libre de “pesos terrenales”, dedicarse exclusivamente a lo que le pidiera su Señor Jesucristo. Un hombre con tal disposición podía ser el instrumento perfecto para continuar la renovación de la Iglesia…

El problema es que, con el Papa recién elegido, a Domingo le tocaba volver a gestionar todo de cero, volver a explicar todo el proyecto al Pontífice… y rezar para caerle en gracia y que aceptase sus propuestas. Bueno, ahora nuestro querido amigo iba además con el borrador de las Constituciones bajo el brazo. Ya no presentaba solo unas ideas: ¡la cosa iba mucho más en serio!

Domingo llegó a Roma en el mes de septiembre. Tras dar gracias a Dios de rodillas, fue en búsqueda de su amigo, el cardenal Hugolino. Ya no era sobrino del papa, pero seguía teniendo mucha influencia en la Curia. Tener buenos contactos siempre ha sido una ventaja… más o menos.

Seamos positivos: gracias a la mediación de Hugolino, Domingo consiguió rápidamente que le aseguraran una audiencia con el Papa. El inconveniente fue… que no le dieron fecha. Vamos, que le meterían en el primer huequito libre, lo antes posible, nada, un poco de paciencia…

Hombre, con el pobre Papa recién estrenado y mil cosas que resolver, me dirás tú dónde queda eso del “hueco libre”.

Evidentemente, nuestro buen amigo no iba a quedarse esperando de brazos cruzados, así que aprovechó la espera para seguir predicando.

El primer mes predicó en las iglesias que le dejaron… para el segundo mes ya le invitaban los obispos… allá por el tercer mes de espera era conocido en toda Roma como “el Maestro Domingo”… Y, para el cuarto mes… ¡¡¡le llamaron de la Curia!!!

El Papa Honorio le escuchó con mucha atención, descubriendo en el proyecto que le compartía Domingo la respuesta a los problemas que en ese momento debilitaban a la Iglesia. Y, entonces, nuestro amigo, con el aplomo y franqueza propios de un caballero castellano, planteó el punto espinoso de toda la cuestión: el dichoso canon XIII (el canon que prohibía la aprobación de nuevas Órdenes religiosas).

Domingo explicó al Papa cómo Inocencio III le había prometido aprobar la Orden si abrazaban una regla antigua. Y, con emoción contenida, le dijo que habían elegido la regla de san Agustín, le presentó las Constituciones… y le dijo que ponía toda esta obra en sus manos, y que se sometería a lo que decidiese la Iglesia.

Honorio se quedó callado, reflexivo. El silencio era tan denso que parecía que el mundo entero aguardaba expectante la respuesta del sucesor de Pedro. Entonces esbozó una leve sonrisa.

-Cumpliré la promesa que os hizo mi predecesor, fray Domingo. Vuestra Orden será aprobada.

Y al instante dio indicaciones a su secretario para que movilizase todo el asunto. Así llegó aquel glorioso 22 de diciembre de 1216 con un sol radiante que iluminaba la Ciudad eterna y parecía engalanarla de fiesta. En un acto tan sobrio como solemne, el vicecanciller del Vaticano hacía entrega de la gran y solemne Bula que confirmaba… er… no, la Orden de Predicadores, no. Confirmaba la comunidad de frailes de la iglesia de san Román.

Para echarse a llorar. Ahí estaba el sello del Papa, la firma de los 18 cardenales presentes en Roma… y una Bula que lo mismo habría servido para aprobar a agustinos, que carmelitas, que camadulenses. Un lenguaje lleno de rúbricas oficiales, pero ni una sola palabra de la predicación, ni del estudio, ni de la vida mendicante ni de nada que diferenciase la obra de Domingo de cualquier otra.

Pero que no cunda el pánico: ¡¡esto era solo el primer paso, tan oficial como imprescindible!!

El papa Honorio estaba entusiasmado con el proyecto, así que, en las semanas siguientes, a Domingo le llovieron Bulas como si aquello fuese la época del monzón, ¡algo realmente insólito en la historia de la Iglesia!

Calcúlate que Honorio escribió incluso un Motu proprio que, de modo tan genial como original, confirmaba la nueva Orden, viendo en ella a los “héroes futuros de la fe, verdaderas lumbreras del mundo”… ¡y la ponía bajo su protección! Al no depender de una diócesis ni de un obispo, sino del Papa, los frailes predicadores tenían libertad para llevar el evangelio por todo el mundo. El sueño de universalidad de Domingo, ¡se había hecho realidad!

Ahora sí, querido lector, ¡¡¡que corra el champán!!! ¡¡¡Acaba de nacer la Orden de Predicadores!!!


-¿Sabías que… la meta es en realidad la línea de salida?
Bien pudiera pensarse que, llegados a este punto, el bueno de Domingo podía (por fin) tumbarse tranquilamente a disfrutar. Las Constituciones elaboradas, su obra aprobada por la Iglesia… ¿qué más se podía pedir?

Bueno, bueno, pero es que hasta aquí ha sido solo el entrenamiento, ¡¡¡ahora toca ponerlo en práctica!!! La aprobación no era el final del camino, ¡sino el pistoletazo de salida!

Lo mismo nos sucede en nuestra vocación: ya sea el matrimonio, la consagración o la ordenación, estas ceremonias no celebran el final del recorrido (noviazgo, noviciado o seminario), ¡¡indican precisamente que el verdadero camino comienza!!

Pero esto no solo sucede en los grandes acontecimientos que marcan nuestra vida, ¡¡también ocurre en nuestro día a día!!

Podemos preguntárselo a un santo de la talla de san Pablo. El Apóstol de los Gentiles confiesa en sus cartas haber tenido mociones del Espíritu, visiones, ¡e incluso un éxtasis en que visitó el Cielo! ¿Qué más podía esperar? Sin embargo, su amor por Jesucristo no le deja estarse quieto: “No creo haberlo alcanzado todavía… continúo corriendo a ver si puedo darle alcance pues primero yo fui alcanzado por Él” (Flp 3, 12).

Qué bella actitud poder empezar cada mañana mirando al Señor con una sonrisa en los labios y esta breve oración: “¡¡Empecemos!!”. Es tanto lo que podemos descubrir con Él, ¡que siempre estamos comenzando!

VIVE DE CRISTO

PD: Como ya hemos comentado alguna vez, en esta peculiar biografía vamos a lo esencial, sin enredarnos en temas políticos, históricos… ni legislativos. Pero, para captar mejor la audacia de las Constituciones que presentó Domingo al Papa, he elaborado una pequeña ampliación. En ella podrás descubrir que se trataba de una innovación absoluta en la Iglesia: el nuevo Papa las acogió con asombro, pero perfectamente podría haberse escandalizado por completo y haber puesto a nuestro amigo de patitas en la calle… Lo encontrarás aquí:

https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/4950-para-saber-mas.html

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