¿SABÍAS QUE…

… DOMINGO TUVO QUE PLANEAR LA FUGA?

Nuestro buen amigo, deseando conseguir ese hospicio para las “huérfanas de la guerra”, planeó rápidamente la visita al palacio del obispo Fulco. Lo que no podía imaginar es que, precisamente en ese momento, la residencia episcopal se había convertido en un temible avispero. Y lo más peligroso de todo era que el nombre de Domingo pululaba por ahí… ¡sin él saberlo! Lo que en un principio iba a ser una visita inocente estaba a punto de convertirse en la representación gráfica del “meterse en la boca del lobo”.

Resulta que, en el susodicho palacio, estaban unos visitantes que habían llegado antes que Domingo. Nada menos que el arzobispo de Auch, Mons. García de la Orta, y el abad cisterciense de Boulbona. El asunto que traían estos ilustres viajeros entre manos era peliagudo: había muerto el obispo de Couzerans, así que había que buscar a alguien y ordenarle obispo para que ocupase la sede vacante. ¿Adivinas quién era el elegido para tal cargo? ¡¡Domingo!!

Y ahí tenemos a nuestro castellano, caminando la mar de tranquilo hacia el palacio. ¿Es o no es meterse en la boca del lobo?

El ambiente en la sala estaba bastante caldeado, y no por la estufa, precisamente. El abad cisterciense estaba de lo más emperrado en que Domingo tenía cualidades de sobra. El arzobispo de Auch era el que había promovido la candidatura de Domingo, y venía dispuesto a obligarle aceptar. Y mientras tanto, el pobre Fulco no sabía a qué atenerse.

No es que nuestro obispo dudase de las cualidades de Domingo, ¡solo faltaba! Las conocía de sobra. El problema es que también conocía los antecedentes del castellano en la materia: unos meses atrás, le habían ofrecido el obispado de Beziers, y Domingo había renunciado. Hacía unas cuantas semanas le propusieron para ser obispo de Comminges… y Domingo se había vuelto a negar en rotundo.

-¿Qué les hace pensar a Vuestras Reverencias que esta vez el castellano aceptará?

El arzobispo de Auch carraspeó incómodo y murmuró algo de que estaba seguro de que Domingo no le diría que no… de nuevo.

***

En cuanto Domingo llamó a la puerta del palacio, las miradas inquietas de los criados le hicieron sospechar que algo sucedía ahí dentro. No tardó en averiguarlo pues, en menos de lo que canta un gallo, estaba metido de lleno en la reunión episcopal, y en la peor posición posible.

El arzobispo de Auch fue directo al grano, y, con la misma franqueza… Domingo volvió a darle calabazas. Con mucha elegancia y diplomacia, sí, pero que él no iba a ser obispo.

Fulco sonrió. Como hemos dicho, no solo conocía las muchas cualidades de Domingo: también conocía ese peculiar defecto castellano… Vamos, que, como viese que el Señor le indicaba que no, a terco y tozudo, no le ganaba nadie.

El pobre arzobispo de Auch estaba ahí, gastando saliva, tratando de hacer ver a nuestro amigo la importancia del cargo, lo útil que sería para la Iglesia… y hasta los importantes beneficios económicos que le traería, y lo bien que le vendrían para sus actos de caridad. Pero nada: Domingo no daba su brazo a torcer.

“Como diga que no, es que no”, pensaba, divertido, el obispo Fulco.

-¿Pero por qué no? -exclamó el arzobispo, desperado.

La respuesta de Domingo impactó tanto, que nos ha llegado literalmente:

-Tengo que ocuparme de mi nueva plantación de los predicadores y de las religiosas en Prulla. Esa es mi obra y no tomaré otra.

La reunión se dio por zanjada… más o menos.

***

-¡¡Sois demasiado blando, Excelencia!! -exclamó el abad cisterciense, furibundo, cuando Domingo salió- Dejénmelo a mí. Yo haré entrar en razones a ese sacerdote…

El abad se recolocó el cinto, con los aires del gran guerrero que era. Fulco disimuló una sonrisa. Lo cierto es que no temía por Domingo: si el castellano había sabido salir victorioso ante el temible Simón de Montfort, discutir con un abad, por muy belicoso que fuera, sería un juego de niños.

***

Esa misma noche, el abad se presentó de improviso en el aposento de Domingo.

Comenzó hablando de buenas maneras, pero rápidamente se convirtió en el guerrero que escondía bajo su hábito. El abad había apoyado el nombramiento de Domingo como obispo. Le había escuchado predicar. Había visto cómo transformaba corazones. Y no iba a permitir que un hombre así estuviese callejeando por ciudades sin renombre. ¡Necesitaba hombres como él en los altos cargos de la Iglesia!

El abad tomó aire. Y, mirando fijamente a los ojos de Domingo, espetó desafiante:
-Mañana seréis ordenado obispo, Domingo. Preparaos en oración esta noche.

El castellano supo de inmediato lo que iba a suceder. A la mañana siguiente, el abad prepararía la ceremonia de nombramiento, y le ordenaría sin esperar consentimiento ninguno.

-Si es así… -respondió Domingo sin apartar la mirada- me fugaré esta noche, a pie, bastón en mano.

Que nadie piense que esta frase es invención mía, que nos ha llegado tal cual. Una joya representativa de las agallas de nuestro Fundador…

De lo que no tenemos ni idea es cómo se desarrolló el encuentro después, ni de los posteriores diálogos (que seguro los hubo) entre el abad y los obispos. El hecho es que a la mañana siguiente no se celebró ninguna ceremonia improvisada y los dos buenos señores se marcharon del palacio de Fulco apresuradamente, un tanto abochornados… y con la firme resolución de borrar el nombre de Domingo de todas las listas de “candidatos al obispado”.

Poco después también salía del palacio nuestro querido Domingo, con paso tranquilo y alegre, y con una enorme sonrisa. No solo volvía a la misión libre del peso de un obispado, sino que, además, bajo el brazo llevaba garantizado el futuro de las chicas: Fulco acababa de donarle el hospicio de Arnaud-Berbard, en el centro de Toulouse. ¿Cómo no sonreír, cuando sentía que el corazón se le salía del pecho de alegría? Podría seguir cuidando y protegiendo a esas chicas… que ya sentía como hijas.

PARA ORAR
¿Sabías que… con tu misión, el Señor te ha regalado una brújula?

Todos sabemos que cumplir la voluntad del Señor es la mejor garantía de felicidad plena. En la teoría, todos lo tenemos clarísimo. En la práctica, la cosa no es tan simple. La dificultad anda en saber qué rayos es voluntad del Señor y qué no, saber qué quiere Él en las decisiones concretas de la vida. Y, en fin, hay momentos en que una echa de menos una señal roja en el cielo o algo así, y ganas no faltan de unirse a la oración de ese pobre cristiano: “¡Grítame, Señor!, que si solo me hablas, lo mismo no te oigo…”. No es falta de ganas, ¡sino de oído!

Sin embargo, el Señor no nos ha dejado sin ningún tipo de orientación. Al regalarte una vocación, una misión, te está regalando una brújula para todas y cada una de tus decisiones.

Domingo tenía muy claro cuál era el papel que Cristo le encomendaba: ser predicador itinerante y cuidar de las chicas. Ser obispo no encajaba de ninguna manera con esto… ¡y por eso no tuvo problema en renunciar!

Antes de tomar una decisión, es bueno plantearse si lo que se me ofrece me acercará a la vocación que Dios me ha dado, si será una ayuda en mi camino… o si será un obstáculo. Por ejemplo, si vives la vocación matrimonial, ese trabajo o ese hobbie que vas a empezar, ¿te acerca o te aleja de tu misión; es decir, de tu familia?

¡¡Que la misión que Cristo te ha encomendado sea luz que guíe tus pasos!!

VIVE DE CRISTO

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