¿SABÍAS QUE…

… EL FUTURO DE SANTO DOMINGO SE DECIDIÓ EN UNA REUNIÓN?

Tras pasarse toda la Cuaresma en el palacio de Montfort, Domingo había vuelto a Prulla, con sus chicas y sus compañeros. El hombre estaba todo feliz, ¡por fin en casa! Sin embargo, la alegría le iba a durar poco, tan poco como lo que duró la siguiente campaña militar del conde. En fin, Simón marca los ritmos, ¡y no queda otra que bailar a su compás!

Después del “retiro espiritual a domicilio” que había organizado, tras celebrar la Pascua y despedir a Domingo, Montfort agarró a todo su ejército, ordenó redoblar tambores con toque de guerra y se lanzaron contra uno de los objetivos más ambiciosos del plan de conquista: la gran ciudad de Toulouse.

Nosotros, compañeros de viaje de Domingo, ya hemos estado allí, ¿recuerdas? En una de las posadas de esa ciudad es donde nació la Orden de Predicadores, más o menos… (Si quieres refrescar este capítulo ya lejano de la historia, lo encontrarás aquí: https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/2543-nuestra-orden-nacio-en-una-posada.html).

Bueno, pues Montfort había decidido agenciarse este emplazamiento poderoso y clave para controlar la zona. A decir verdad, tras el descanso de los últimos días, las tropas venían con las pilas cargadas… y la ofensiva resultó ser un paseo. En menos de una semana Toulouse había caído.

Y también en menos de lo que canta un gallo, el sufrido mensajero hacía de nuevo su aparición en Prulla, ante los comentarios, entre bromistas y molestos, de los habitantes de la aldea. Traía un mensaje del señor conde: fray Domingo estaba convocado a una reunión organizativa urgente en el palacio de Carcasona.

Lo dicho: nuestro pobre amigo casi no había hecho más que llegar… ¡y otra vez de vuelta al palacio!

Seguramente alguno de los compañeros de Domingo arrugó un poco el ceño: ¡¡llevaban 40 días sin su Padre!! Pero la sonrisa afable del castellano desarmó a todos.

-¡Hay que ver la Voluntad del Señor en estos acontecimientos! -suspiró Guillermo, viendo alejarse una vez más a Domingo. No sabía lo ciertas que iban a resultar estas palabras…

***

El conde estaba esperando en la sala principal del palacio, acompañado del obispo de la zona, Fulco. Tras saludar efusivamente a Domingo, le invitó a sentarse y le ofreció una jarra. Domingo sonrió: estaba llena de agua. Montfort sería un bruto incorregible, pero hay que reconocer que también tenía sus detalles “tiernos”: después de haber convivido toda la Cuaresma, el conde sabía de sobra que nuestro amigo, fuera de las comidas, solo bebía agua, así que Simón había ordenado retirar el vino de la sala. Ahí todo el mundo estaba obligadamente invitado a tomar agua, desde el conde… hasta el perplejo obispo, que no imaginaba que Simón era capaz de beber otra cosa que no fuese vino…

Montfort no era amigo de los rodeos, así que fue directo al grano: había logrado conquistar la ciudad de Toulouse. Por todos era sabido que se trataba de un emplazamiento hereje, atestado de cátaros hasta la bandera. En este punto Simón titubeó un instante, como si sintiese algo de vergüenza, pero rápidamente se recompuso para exhibir su carácter fuerte y seguro de sí mismo:

-Sé que debería haber pasado a toda la población a cuchillo. Pero he decidido darles una segunda oportunidad.

Aunque el obispo intentó mantener la compostura y disimular su asombro, no pudo evitar poner los ojos como platos. ¿Simón de Montfort perdonando la vida, dando oportunidades? ¿Pero qué pedrada le había dado a ese hombre?

-Así pues -el caballero continuaba su discurso como si nada-, he decidido que, en vez de eliminarles a todos, voy a enviar a un predicador para que puedan convertirse.

Bueno, no es necesario decir quién era el predicador elegido. Simón estaba seguro de que su plan era perfecto. Domingo sólo tenía que aceptar, el obispo autorizarlo… ¡y ya estaba la segunda oportunidad servida en bandeja de plata!

En este punto, nuestro amigo solo pudo sonreír… ¡¡lo que más deseaba era predicar!! Y poder demostrar que los corazones no los cambia la espada, sino la Palabra…

Y, si esto es cierto para cualquiera, hemos de admitir que fue verdad incluso ante un corazón tan duro como el de Simón de Montfort. Venga, venga, seamos sinceros: tú y yo habíamos pensado que esa Cuaresma en el palacio del conde había sido una magnífica pérdida de tiempo… Pues va ser que no, oye… Tal vez no se cuente como milagro, pero esas predicaciones de Domingo tocaron el corazón del feroz guerrero… y salvaron la vida a cientos de personas.

PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor no se rinde?

Jesucristo jamás se da por vencido. Él siempre está dispuesto a ofrecerte nuevas oportunidades, vuelve a creer en ti una y otra vez. Y hará lo imposible por llegar a tu corazón.

Cualquiera habría dicho que Simón de Montfort era un caso imposible, que no merecía la pena dedicar esfuerzos… ¡mucho menos dedicar a un santo de forma exclusiva en “predicaciones particulares” durante cuarenta días! Pero a Cristo nunca se le han dado bien los cálculos. ¡Imagina!: deja a 99 ovejas mansitas y simpáticas solas en el desierto por ir a buscar una sola oveja que encima es díscola y desobediente. Todo un negocio. Realmente, el amor que Jesús siente por ti y por mí se sale de todo cálculo. Su amor es infinito… ¡incondicional!

Él sabe que todo corazón puede ablandarse. Toda persona puede cambiar. Por eso Cristo volverá a apostar por ti una y otra vez. Porque su amor no se cansa.

Este amor confiado es el que tenía Domingo, ¡y el que nosotros estamos llamados a tener! Un amor que se entrega sin medir, sin llevar cuentas ni una hoja de rentabilidad… Caminando de la mano de Cristo, puede parecer que tu tarea es inútil, que el tiempo que dedicas a esa persona está perdido, pero, créeme… aunque a primera vista no lo veamos, ¡el amor siempre florece! ¡No te rindas! ¡Apuesta por amar!

VIVE DE CRISTO

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