¿SABÍAS QUE

… LA VIDA DE DOMINGO PENDÍA DE UN HILO?

Quizás estaría bien comenzar diciendo que “nadie sospechaba nada”… pero lo cierto es que todos barruntaban que la tranquilidad de Prulla estaba llegando a su fin. No hacía falta ser muy avispado para suponer que el conde Simón de Montfort no permitiría que Domingo se marchase de rositas después de no haber querido unirse a la celebración de su primera victoria (forma políticamente correcta de hacer referencia a la matanza que organizó en Béziers).

Para colmo, los emisarios se habían marchado convencidos de que Domingo y sus seguidores eran una pandilla de herejes. Si generalmente Simón no necesitaba motivos para mandar a sus adversarios a mejor vida, en el caso de Domingo, los motivos le sobraban.

La intranquilidad se convirtió en auténtica alarma pocos días más tarde, cuando llegaron rumores de que próximo objetivo del ejército del conde era… ¡¡Fanjeaux!!

Me permito recordar que Fanjeaux era una pequeña ciudad amurallada, gobernada por los herejes cátaros, y que era centro neurálgico de sus operaciones por ser un punto estratégico en el mapa y muy bien comunicado (dentro de lo que se puede esperar en la Edad Media…).

La gravedad de la situación está en que Fanjeaux… era la ciudad de la que dependía la aldea de Prulla. Quien gobernase en Fanjeaux, era también señor de Prulla. Y, en una sociedad feudal como aquella, el asunto era serio. Muy serio.

Montfort estaba cada vez más cerca…

La preocupación no hacía más que crecer en todos los habitantes de Prulla. En todos, ¡menos en Domingo! Nuestro amigo seguía tan tranquilo, como si no pasase nada, recordando a todos continuamente que “estamos en manos de Dios”, predicando en los lugares cercanos, dando clases a sus queridas monjas… y, sobre todo, orando. Por las noches, muchos vieron un ligero resplandor en la iglesia: era la luz de la vela que acompañaba al castellano hasta que el amanecer llenaba de nuevo todo con su claridad.

Pero, lo que los aldeanos temían… sucedió. Las tropas de Montfort aparecieron en el horizonte. Un ejército inmenso dispuesto a asediar la ciudad.

La columna de humo que ascendía a lo lejos hizo que en Prulla se supiera lo ocurrido antes de que llegase ningún mensajero: Fanjeaux había caído.

Y, viendo aquella terrible señal de muerte, Domingo cayó de rodillas, llorando y orando. Sus compañeros se arrodillaron también, aunque no dejaron de lanzarse miradas llenas de preocupación. Eran conscientes de que, el próximo objetivo de Montfort… serían ellos.

***

Las previsiones de nuestros más que angustiados amigos no tardaron en hacerse realidad. Unos días después, un pequeño batallón de jinetes, armados hasta los dientes, se dirigió hacia Prulla. Gritos entre los aldeanos, carreras… pero los tipos aquellos no se inmutaron lo más mínimo. Continuaron en formación, directos hacia… el monasterio.

El pobre Miguel, uno de los últimos en unirse al equipo, estaba tranquilamente arreglando la puerta de la huerta cuando oyó el escándalo. Allí se quedó el martillo, los clavos… mientras él salió corriendo como un gamo hacia la casita de los frailes. Cerró la puerta a su espalda dando un fuerte golpe y, justo en ese momento… descubrió que no habían puesto cerrojo. Guillermo, que estaba haciendo cuentas en la mesa, alzó la cabeza asustado. No necesitaron palabras para entenderse.

La voz autoritaria y fuerte del capitán de la tropa resonó por toda la aldea:

-¡¡¡Fray Domingo!!!

Silencio.

-¡¡¡Fray Domingo!!!

Por el tono, era fácil percibir que el capitán no era precisamente un ejemplo de paciencia y mansedumbre… pero antes de que tomase aire para vocear de nuevo, se escuchó el crujir de la puerta de la iglesia. Domingo salió con toda la paz del mundo y se acercó amigable hacia los visitantes.

En dos palabras y medio a gritos, el oficial le espetó que tenía que personarse inmediatamente en el castillo de Simón de Montfort. El conde quería “cruzar unas palabritas” con él…

Miguel y Guillermo, que hasta ese momento habían permanecido agazapados, oteando desde la ventana, salieron de la casa a toda prisa y se pusieron junto a Domingo, dispuestos a ir a morir juntos.

Sin embargo, nuestro buen amigo les dijo que se quedasen ahí quietos, cuidando de las monjas y esperando a que los demás volviesen de predicar para explicarles lo ocurrido.

Ante la impaciencia del capitán, Domingo bendijo rápidamente a sus compañeros, sin perder ni por un instante la serenidad que brillaba en sus ojos. Acto seguido se lanzó al camino, escoltado por el grupo de jinetes como si fuese un peligroso malhechor. Y, a los pocos pasos, como era su costumbre, comenzó a cantar la Salve.

-¿Y si no vuelve? -susurró Miguel, viéndole alejarse.

-¡No digas eso! -respondió Guillermo, queriendo aparentar una seguridad que el temblor de sus rodillas desmentía- Ay… vamos a avisar a las chicas… vamos a rezar…

PARA ORAR
¿Sabías que… el Señor quiere que cuides a tus superiores?

Aquella invitación-secuestro que recibió Domingo hizo que sus compañeros fuesen aún más conscientes de que, aunque el proyecto crecía, ¡todavía necesitaban a su Padre!

Quien va dirigiendo, debe enfrentar desafíos mayores, problemas y dificultades de los que los demás muchas veces no nos enteramos. Y tal vez tú no tengas un Prior o Priora por la que orar, pero, ¿cuántas veces has orado por tu párroco, por tu director espiritual o por el responsable de tu grupo?

Estas personas tienen la gran responsabilidad de acompañar nuestros pasos hacia el Señor, ¡¡y de ellas depende en gran parte la buena marcha de las cosas!! Seguramente no tengan que enfrentarse a alguien sanguinario y furibundo como Montfort, ¡pero ir abriendo camino no deja de tener sus dificultades!

Así pues, si nosotros no podemos acompañarles en esas batallas, ¡¡siempre podemos cuidarles con nuestra oración!! Y, desde aquí, mandamos nuestro mayor agradecimiento a todos los que llevan estas responsabilidades sobre sus hombros: ¡gracias por ser instrumentos del Señor!

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