¿SABÍAS QUE…

… TODOS LOS MIEMBROS DE LA ORDEN DE PREDICADORES TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE IR ARMADOS?

Sí, sí, y no es opcional: monjas, frailes o terciarios, ¡todos! ¡Es algo claramente mandado en nuestras Constituciones! No, si ya te decía yo en el capítulo anterior que las cosas se estaban poniendo muy feas para Domingo y sus compañeros. Fue precisamente por entonces cuando tomaron esta medida tan contundente.

El grupito de soldados que viajaban con las noticias de la guerra se marcharon de Prulla con la decisión de dar el chivatazo a Simón de Montfort: en esa miserable aldea había un posible inicio de herejía… El conde no se andaría con chiquitas. Ante la duda, siempre prefería “cortar por lo sano”. A la altura del cuello, para ser exactos.

Beltrán, los hermanos Claret, “el Chico”, Miguel y las gentes de la aldea observaban, llenos de preocupación, cómo los mensajeros se perdían por el horizonte. Las nubes oscuras que iban llenando el cielo se les antojaban como un negro preludio de que lo peor aún estaba por llegar.

Sin embargo, Domingo no se volvió. Se había apartado del grupo al recibir la noticia de la destrucción de Béziers… y se encaminó decidido hacia el bosque que se alzaba tras el monasterio de las chicas. Necesitaba estar solo.

Caminó durante mucho tiempo, no sabría cuanto. Las grises nubes cubrían ya el cielo por completo, que parecía haberse vestido de luto. Domingo se detuvo… y cayó de rodillas, llorando desconsoladamente.

Lo había intentado. Había intentado convencer a todos de la fuerza de la predicación. Se había lanzado a los caminos, tratando de demostrar que no es la guerra la que cambia los corazones, sino el Señor. Había luchado con todas sus fuerzas para evitar el derramamiento de sangre… pero todo había sido en vano. Sus contemporáneos seguían pensando que la espada era mucho más eficaz que la palabra. En verdad, las conversiones que había obtenido no eran nada comparadas con la velocidad a la que crecía la herejía. Su labor, claramente, no era suficiente.

-Señor… Señor… -gimoteaba con la voz entrecortada por el llanto- ten piedad de tu pueblo…

Las hojas secas de los árboles, que alfombraban todo a su alrededor, comenzaron a volar suavemente, movidas por una brisa repentina. Las nubes se abrieron y un rayo de luz se abrió paso entre las ramas de los árboles, iluminando a Domingo. Los pájaros, de pronto, guardaron silencio.

Y, entonces, nuestro amigo alzó la vista… y la vio.

Justo delante de él, tan cerca que casi podía tocarla, la más hermosa de todas las mujeres le miraba sonriente, mientras sostenía un bebé en sus brazos. Domingo bajó rápidamente la cabeza, inclinándose ante ella.

-Mi Señora… -susurró asombrado.

Ella seguía sonriendo. El pequeño jugueteaba en sus brazos mientras miraba a Domingo, que seguía arrodillado a sus pies, sin atreverse siquiera a apartar la mirada del suelo.

-Domingo…

El corazón le dio un vuelco. Jamás nadie había pronunciado su nombre con tanta ternura. Alzó la cabeza y se encontró con aquellos ojos tan dulces, que le miraban con todo el cariño de una Madre.

-Domingo… con este arma vencerás.

Domingo extendió la mano y tomó el extraordinario regalo que le ofrecía aquella Reina. Lo observó un instante, sin pronunciar una palabra, mudo de emoción. Sin embargo, rápidamente alzó los ojos de nuevo para seguir mirando a su Madre… pero Ella ya no estaba.

Las nubes habían vuelto a cubrir el cielo y los pájaros cantaban otra vez, quizá con más fuerza que antes. Domingo miró a su alrededor. No había nadie. Entonces abrió lentamente las manos…

No había sido un sueño. Ahí estaba la prueba patente de que todo había sido real. Seguía teniendo el rosario entre sus dedos.

PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor quiere que vayas bien protegido?

Cristo sabe de todas las tormentas y batallas que enfrentas… y, por eso, permanece siempre a tu lado, ¡y te ofrece a cada instante la ayuda que necesitas!

En medio de la cruzada, Domingo recibió la que sería “su arma”: el rosario. Comprendió que la mayor fuerza no es la espada, ni siquiera la predicación… la mayor fuerza la encontramos en la oración. ¡Pues en la oración hablamos e intercedemos ante el Señor del Universo!

Pensamos que el Señor nos ha llamado para que hagamos mil cosas… ¡pero Él nos llama a estar a su lado! El que creó el cielo con una sola orden, sigue obrando maravillas en los corazones. La oración es el acto de humildad y confianza más grande. Es reconocer que Su poder es mayor que el nuestro.

Y lo maravilloso del rosario es que pones esa necesidad en manos de la mejor intercesora: la Virgen. Ella nos lleva a Jesús, Ella nos cuida como Madre… y con Ella, puedes proteger y cuidar a todos los tuyos, estén cerca o lejos. ¡El rosario no entiende de distancias!

Te decía que todos los dominicos vamos armados, mandado por nuestra Constitución. En efecto, en ella se dice que debemos llevar, atado al cinto, colgando en el lado izquierdo, un rosario. ¿Por qué ahí? Porque, colgada en el cinto, en el lado izquierdo… es donde los caballeros medievales llevaban la espada.

¡¡Imagina el impacto visual que suponía para cualquier persona de la Edad Media!! Todos entendían que, los seguidores de Domingo… ¡iban armados!

Y tú, ¿llevas un rosario?

VIVE DE CRISTO

Pd: Evidentemente, historiadores y demás narran el nacimiento del rosario de otra forma mucho más “menos mística”… pero el arte (tanto escultores como pintores) siempre ha apostado por esta versión. Cada cual es muy libre de quedarse con la que quiera; por mi parte, me permito compartirte esta estampa, una de mis preferidas, que llevo siempre en mi Biblia y que ha inspirado la narración de este capítulo:

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