¿SABÍAS QUE…

… LOS HERMANOS CLARET DECIDIERON RENUNCIAR?

Solo nos faltaba eso. No sé tú, pero yo ya no puedo con más despedidas. Acabamos de celebrar el funeral de Diego, hace unos meses se murió Raúl… Guillermo y Noel no eran perfectos, tenían sus cosas, como cualquiera… pero, chico, me caían simpáticos. ¿Y ahora se van, así, sin más ni más? ¡¡Exijo una explicación!!

Seguramente Domingo, mucho más ecuánime que yo, no les agarró de la solapa cuando le dieron la noticia… pero, evidentemente, sí que les invitó a que comentaran sus razones.

Le habían ido a buscar a primera hora de la mañana, mientras nuestro amigo paseaba alrededor del monasterio, comentando con su Señor el avance de las obras… Domingo les recibió con su mejor sonrisa, pero al instante se percató de que los dos hermanos estaban visiblemente nerviosos.

-Maestro Domingo… lo hemos estado orando mucho… -Guillermo parecía no encontrar las palabras…

-Queremos renunciar -cortó Noel, como siempre mucho más directo que su hermano.

La decisión estaba tomada. No se volverían atrás por nada. Habían decidido… ¡¡renunciar a todas sus posesiones!!

Domingo sonrió aliviado (más o menos como acabamos de hacer todos ahora). Los dos jóvenes estaban muy impresionados por lo que había sucedido durante la última visita de Diego. Ellos sabían lo que suponía renunciar al subpriorato de Osma. Domingo podría ser ahora el candidato para ocupar la silla de Diego. Lo sabía y, a pesar de todo, renunció. Apostó del todo por la misión.

Pues bien, como ya comentamos, antes de unirse a Domingo, los hermanos Claret habían entrado en un monasterio cisterciense, desde donde fueron enviados como misioneros. Sin embargo, como tantos otros nobles, al entrar en el convento no renunciaron a sus bienes, sino que los dejaron a cargo de un administrador. Era algo así como un “seguro de vida” nada evangélico, dicho sea de paso. Pues bien, ellos también querían comprometerse a fondo con Jesucristo y renunciar a todos sus bienes por el Bien mayor.

Lo único que tenían que hacer era volver a su tierra y arreglar las cosas con el administrador. Ahí estaba el problema de todo esto: el administrador. O, para ser exactos… la administradora.

Sí, a pesar de no ser muy habitual en la época, quien estaba al frente de las posesiones de los Claret era una mujer: su hermana.

La muchacha se llamaba Raimunda, y llevaba todos estos años custodiando el patrimonio familiar. Aunque de buen corazón, tenía un carácter digno de un capitán de guerra y en sus dominios nadie se atrevía a toser sin su consentimiento.

Para Noel y Guillermo, la forma más radical de renunciar a los bienes era… ¡¡venderlos!! La casa, las tierras, ¡todo! Pero, claro, ¿qué hacían entonces con su hermana?

Noel, tan alocado como de costumbre, tenía un fabuloso plan: pretendía invitar a su hermana a venirse a Prulla “unos días”. En realidad, estaba convencido de que su hermana tenía una vocación como un campanario, y que, en cuanto conociese a las chicas, se uniría a ellas. ¡¡La Santa Predicación era anillo para su dedo!!

Guillermo no lo veía tan sencillo, pero solo podía apoyar a su hermano: si Noel estuviese en lo cierto, sería una solución extraordinaria…

Así pues, con la bendición de Domingo, los hermanos Claret abandonaron Prulla, ¡pero solo temporalmente!, para ir a hacer una visita a su hermana.

¿Qué sucedió después? Bueno, no sabemos si Noel era muy persuasivo, si Raimunda lo que quería era que se callasen y la dejasen en paz de una vez o si realmente sintió que su corazón votaba con las historias de sus hermanos… El hecho es que Raimunda aceptó viajar unos días a Prulla y, poco después de aceptar aquel “ven y verás”, ¡¡pidió entrar en el convento de las chicas!!

Imagina la emocionante escena… ¡¡¡Todos los hermanos Claret unidos en la misión de Domingo!!!

PARA ORAR
-¿Sabías que… toda tu vida predica?

Dicen que “las palabras convencen, pero solo el ejemplo arrastra”. En efecto, debemos dar razón de nuestra fe, pero nuestras palabras necesitan ir apoyadas con nuestra vida para tener toda su fuerza.

No deja de impresionarme la delicadeza de Jesús, que fue capaz de ver a esa pobre viuda que dejaba unas monedillas en el Templo. Por esa insignificante ofrenda, ¡aquella anciana ha pasado a la historia!

Nunca sabes quién está observando tus actos. Tus decisiones, tus reacciones, ¡incluso tu forma de pedir perdón cuando metes la pata!, son una importantísima predicación. Así pues, pídele al Señor vivir de Su mano, ser reflejo de Su amor en tus palabras y actos. Pues algo es seguro: aunque nadie descubra tus gestos de amor, ¡Él sí que te está mirando! Y, ten por seguro que a Él le dibujas una enorme sonrisa…

VIVE DE CRISTO

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