¿SABÍAS QUE…

… EN UN ARRANQUE DE CARIÑO, DOMINGO ESTUVO A PUNTO DE PERDER A SUS CHICAS?

No, si ya dice el refrán que “hay amores que matan”… y se ve que ni los santos se libran. Tal vez Domingo nunca se hizo mayor problema por querer tanto su obispo, pero este hecho trajo de cabeza a los historiadores de primera hora... ¡¡y casi dejó a las monjas fuera de la Orden!! La Iglesia estuvo a un tris de quedarse sin dominicas, y (no es nada personal) considero que habría sido una gran pérdida…

Como comentábamos en el capítulo anterior, nuestro querido obispo, Diego de Acebes, después de un largo y penoso viaje para ver a Domingo, llegó a Osma completamente agotado. El pobrecito venía molido del todo… y, finalmente, marchó al Cielo un 30 de diciembre de 1207.

Aquella era una noticia de grandísima importancia y se difundió rápidamente. Bueno, todo lo rápidamente que se podía… Vamos, que Domingo y compañía estaban en Prulla tan ricamente, pasando más frío que un esquimal, pero con el corazón bien calentito, celebrando la Navidad, felices de seguir al Señor… y sin enterarse de nada.

Unas cuantas semanas más tarde, en medio de una nevada monumental, los vecinos de Prulla vieron acercarse dos figuras negras, que destacaban sobre el blanco de los campos. Aquello no podía presagiar nada bueno…

Avisaron a Domingo, que, movido de compasión, salió al encuentro de los extraños, que luchaban por abrirse camino en medio de la nieve y el vendaval. Estaban tiritando, escarchados de frío y con hielo hasta en las pestañas…

Rápidamente les llevó a su casa. Todos los vecinos pusieron de su parte para ayudar a los recién llegados: unos llevaron algo de leña, aquella señora trajo un poco de caldo… y, desde luego, todos se arremolinaron en la sala. Ciertamente el calor humano es importante, pero, en realidad, creo que era más la curiosidad que la caridad lo que animaba a los buenos labriegos.

Esos hombres eran canónigos de la catedral de Osma y habían sido enviados para trasmitirles una terrible noticia:

-El obispo Diego nos ha dejado.

Murmullo de tristeza. Miradas discretas hacia Domingo. Nadie se atrevía a decir nada.

Las palabras de los mensajeros se clavaron en nuestro amigo como una puñalada, pero, en el fondo, solo confirmaban lo que Diego y él ya habían intuido: que volverían a verse en el Cielo.

Pero Domingo no iba a dejarse ganar por la tristeza. Con el arrojo propio de los caballeros, sorbió su pena, se recompuso y, mirando a todos, propuso celebrar un funeral solemne al día siguiente. No despedirían a Diego con lágrimas, sino con oraciones.

Después, tras agradecer a los dos mensajeros sus sacrificios para traer la noticia, les prometió que prepararía todo para que tuviesen un buen viaje de vuelta.

Los canónigos se miraron sin saber muy bien qué decir… Lo cierto es que no esperaban viajar en breve… A decir verdad… venían para quedarse.

Resulta que, mientras estaba agonizando, Diego llamó junto a su lecho a sus dos canónigos más jóvenes. Eran fuertes, entusiastas y estaban muy bien preparados… Juntado las pocas fuerzas que le quedaban, el obispo les había pedido que se encargasen de avisar a Domingo de su muerte. Los dos muchachos accedieron, por supuesto… Pero, ante tan buena disposición, el obispo fue un paso más allá. Les hizo jurar que se quedarían con Domingo:

-Haced lo que yo no pude hacer… uníos a la misión…

Ellos, entre lágrimas de emoción, habían dado su palabra al obispo. Y estaban allí para cumplir el juramento.

Domingo no pudo evitar mirar al cielo y sonreír. Aquella era la última sorpresa de nuestro querido Diego. Él se marchaba, ¡pero se aseguró de que el equipo de predicadores creciera! De este modo, ampliamos nuestra plantilla con Miguel de Ucero y Domingo de Segovia (que, para no confundirle con fray Domingo, pronto le apodaron “el Chico”).

A la mañana siguiente tuvo lugar el funeral. En la iglesia del convento no cabía ni un alfiler: las monjas, los sacerdotes, los laicos que se habían incorporado a la misión, ¡y todos los vecinos de Prulla!

Domingo carraspeó antes de comenzar la homilía. Silencio expectante y… y ahí es donde llegó el problema. Domingo se emocionó tanto, pero tanto, hablando de las virtudes de su obispo, de cómo aquello no habría sido posible sin él… que, a la salida del funeral, todo el mundo estaba convencido de que el verdadero fundador de Prulla había sido Diego.

Hombre, un papel importantísimo, fundamental e insustituible, pues sí, vale… pero reconozcamos que a Domingo se le fue la mano. Pero no le importó lo más mínimo. Lo cierto es que jamás se tomó la molestia de aclarar el malentendido, y así es como pasó a las crónicas de la época.

Evidentemente, unas décadas más tarde, los dominicos de turno se desesperaban tratando de reconstruir los orígenes de la Orden… porque en unas crónicas aparecía Diego, en otras Domingo… y siempre se quedaba sin resolver la cuestión principal: ¿quién era el padre espiritual de las chicas convertidas? ¿Eran o no eran hijas de Domingo?

En fin, afortunadamente se encontraron los papeles de la propiedad, esos que nos dio el obispo Fulco, que podemos considerar la primera piedra de este proyecto. (Puedes recordar ese episodio aquí: https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/3257-sabias-que-18.html). En ese papel se nombra a las mujeres convertidas… y a Domingo como fundador. Lo dicho: si no llega a ser por esos documentos, ¡¡sin dominicas se queda la Iglesia!!

PARA ORAR
-¿Sabías que… están permitidas las competiciones de santos?

Claro, que todo desde la perspectiva de Jesús, que es diferente a nuestra lógica… Pero, sí, desde los primeros tiempos, se han encontrado “parejas de santos”, que competían entre sí… ¡¡por engrandecer a su compañero!!

Este fue el caso de Domingo, que jamás pavoneaba de sus virtudes (que no eran pocas), pero no ahorraba palabras para engrandecer a Diego.

El mismo caso se dio, por ejemplo, entre san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, como él mismo confiesa en una carta: “Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia”.

Realmente, este es el deseo de Cristo: que estemos tan unidos a Él y tan unidos entre nosotros, que no quede espacio para la envidia. Formamos un solo cuerpo, somos parte de un solo equipo, y las victorias de uno, son las victorias de todos. ¡¡Alegrémonos por los éxitos de nuestros hermanos, celebremos lo bueno que tienen!! Pues, en verdad, vamos en la misma barca, navegamos bajo el mismo Capitán.

VIVE DE CRISTO

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