¿SABÍAS QUE...

… UN ASESINATO ARRUINÓ EL TRABAJO DE DOMINGO?

Sí, pero además el crimen ni siquiera tuvo lugar en la tranquila aldea de Prulla… sino a 240 km de ahí, exactamente en Saint-Gilles. Lo sucedido en esa ciudad sería un terremoto que revolucionaría toda Europa…

Pero, ¿qué ha pasado?

Podríamos ponernos en formato detectivesco, pero lo cierto es que no hay mucho que resolver. ¿Recuerdas a don Pedro, el abad que fue miembro del grupo de predicadores de Domingo? Sí, al que tuvimos que invitar a dejar el equipo porque le amenazaron de muerte...

Pedro tenía deseos sinceros de servir al Señor, pero era un tipo duro, intransigente… y se le encendía la sangre con facilísima facilidad. Vamos que, cada vez que abría la boca, se granjeaba un puñado de enemigos. Y, claro, a fuerza de enfadar al personal, pues pasa lo que pasa…

Los cátaros no se andaban con chiquitas. Podían tolerar a un predicador miserable como Domingo, que andaba por ahí sin meterse con nadie. Pero aguantar a alguien que se pasaba el día poniéndoles a caer de un burro… pues como que no. Aquello era demasiado.

Así, en plena misión diplomática enviado por el Papa, en medio de un camino, Pedro fue asaltado por una banda de sicarios, sin que su comitiva pudiera hacer nada por defenderse. Las amenazas de muerte... se hicieron realidad.

Enterado de la noticia, otro de los abades, don Arnaldo (que tampoco estaba muy convencido de eso de andar predicando “a lo pobre”) vio en el asesinato la excusa perfecta. A galope tendido se fue a Roma: ¡¡un abad, delegado del Papa, había sido asesinado!! ¿Qué más había que esperar para tomar las armas?

Los ánimos se iban caldeando a medida que llegaban las noticias. Y, finalmente, todos los abades de los grupos de predicación abandonaron la misión. Los equipos quedaron definitivamente disueltos. Los monjes volvieron al refugio de sus monasterios… o comenzaron a prepararse para unirse a la batalla que se adivinaba cada vez más próxima.

Las palabras de Diego y Domingo en aquella reunión en Montpellier quedaban manchadas por la sangre derramada. Los abades que les habían apoyado, se retiraban. Y el Papa acabaría cediendo a las presiones de don Arnaldo y convocaría la cruzada. Tanto esfuerzo para nada. Todo quedaba borrado. Su trabajo había sido en vano.

Bueno, eso era lo que parecía. Porque no todo el mundo reaccionó de la misma manera…

Una vez más, Prulla amaneció con un revuelo bastante interesante: ¡dos extranjeros se acercaban por el camino! ¿Pero qué rayos estaba pasando últimamente? Desde que el sacerdote castellano había puesto sus ojos en la aldea, ¡iban de visita en visita!

Nada más llegar, los dos jóvenes preguntaron por Domingo. Querían hablar con él. Los labriegos les indicaron que, a esa primera hora de la mañana, estaba en las ruinas de la iglesia, orando. “El futuro convento”, señalaron entre bromas…

Después de agradecer la indicación, los extraños se encaminaron hacia el lugar. Efectivamente, allí estaba Domingo.

Tras un instante de titubeo, en que se quitaron la palabra el uno al otro, los jóvenes se presentaron: sus nombres eran Guillermo y Noel. Eran hermanos, no solo de sangre, sino que los dos eran monjes cistercienses. Habían sido enviados a reforzar uno de los grupos de predicación que quedaban en la zona… pero, al conocer el asesinato de Pedro, el abad que lideraba el equipo se había retirado, invitándoles a hacer lo mismo.

Domingo les miró de arriba abajo. Comenzaba a sospechar lo que podía estar pasando… El Papa, en un último intento de salvar la misión, había ofrecido indulgencias para los monjes que se unieran a la predicación “al menos” 40 días. Lo que sucedió en la práctica fue que, sí, algunos monjes habían aceptado… pero el día 41 volvían a sus monasterios más raudos que el viento.

Ya se sabe que a los castellanos les gusta tratar las cosas de forma abierta y con claridad. Había que ir directos al punto: ¿cuántos días les faltaban a los hermanos para cumplir el expediente?

Pero antes de que Domingo pudiese preguntar nada, Noel y Guillermo, casi pisándose el uno al otro, le expusieron lo que realmente querían: venían dispuestos a permanecer a sus órdenes sin límite de tiempo. ¡¡Que ellos creían que el mundo no se transforma a fuerza de armas, sino dejando que Cristo renueve las almas!! ¡Ellos creían en el proyecto de Domingo!

Nuestro amigo se frotó los ojos, sin saber si aquello sería un sueño o una visión. Aquellos hermanos parecían caídos del Cielo… casi le faltaba el aire… ¡¡Esos jóvenes eran la respuesta de Cristo a su oración!!

Tras el asesinato de Pedro, llevaba muchos días dándole vueltas a un problema que ni él, ni el obispo Diego ni nadie podía resolver. Quería fundar el monasterio para recoger a las muchachas convertidas… pero, en el momento en que lo hiciese, ellas dependerían de él. ¿Qué pasaría si le sucedía cualquier cosa? No le preocupaba la muerte, sino la situación en que quedarían las chicas…

Así pues, aquella mañana había decidido hacer un trato con el Señor: si Cristo le proporcionaba un compañero, alguien que pudiese suplirle si faltaba, entonces él seguiría luchando por sacar adelante el monasterio para las jóvenes. Y, si no, habría que buscar otra alternativa.

Bueno, pues la respuesta del Señor no se hizo esperar: no era un compañero, sino dos. Y, además, no eran dos hombres cualesquiera… ¡eran dos sacerdotes! Podían predicar, enseñar, ¡celebrar los sacramentos!

Domingo les pidió un minuto antes de ponerse manos a la obra… necesitaba dar las gracias a Alguien…

PARA ORAR
-¿Sabías que… el Señor siempre deja un resto?

Lo vemos anunciado muchas veces en la Biblia: cuando hay profecías de destrucción, de catástrofes… el Señor siempre promete que quedará “un resto”, unos pocos, y que serán la base sobre la que Él construirá algo nuevo.

Nuestras fuerzas pueden ser pequeñas, ¡pero su gracia tiene un poder infinito! Imagina que Cristo necesitó solo doce hombres, ¡para transformar el mundo y la Historia!

¡¡Y eso mismo sucede en nuestra vida!! Los acontecimientos pueden girar, volverse oscuros… pero nada escapa del plan del Señor. Nuestra misión es amar, sin mirar a quién, sin poner condiciones. Tal vez no veas el fruto de tus actos, o sientas que el amor que pones se lo lleva el viento… pero, tenlo por seguro: nada del bien que siembres quedará en el olvido. Y si el ejemplo de Domingo no movió a ningún abad, cautivó a dos monjes. No eran poderosos, ni importantes. Solo eran entusiastas. Parece una miseria, ¿no? Sin embargo, Cristo no necesitaba más para continuar su obra.

Por muy pequeño que te sientas, ¡puedes ser la respuesta del Señor para alguien! Una sonrisa, una palabra amable… Son cosas casi insignificantes que, tal vez, no cambien el mundo, pero pueden cambiarle el día a quien tienes delante. Aunque, bueno, caminando de la mano de Cristo, ¡nunca se sabe cuánto puede crecer lo que hoy parece pequeño!

VIVE DE CRISTO

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