¿SABÍAS QUE...

… DOMINGO FUE ABANDONADO A SU SUERTE?

Pues sí. En el mismo momento en que nuestro amigo había descubierto la importancia de la Comunidad, en ese momento en que comenzaba a pensar en crear “casas de predicación” con grupos de misioneros, en ese preciso instante… Domingo se quedó solo.

Hasta ahora, nuestro grupo de evangelizadores estaba formado por el obispo Diego, el monje Raúl y el maestro Domingo. Juntos habían pasado ya mil peripecias, y lo cierto es que los tres habían encajado estupendamente. Hacían un gran equipo.

Sin embargo, el obispo Diego comenzaba a estar inquieto. Digamos que ciertos remordimientos, que habían nacido meses atrás, ahora se habían vuelto gritos ensordecedores en su alma. Disfrutaba enormemente de aquella misión… pero en el fondo sentía que estaba desobedeciendo, ¡y desobedeciendo nada menos que al Papa!

No sé si recuerdas que, cuando fueron a visitar al Sucesor de Pedro en Roma con el objetivo de pedir la dimisión (puedes saber más haciendo click aquí: https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/2676-dimision.html), el bueno de Inocencio III les había mandado de vuelta a casa, con el encargo de seguir trabajando. Buenas están las cosas como para andar prescindiendo del personal cualificado…

), el bueno de Inocencio III les había mandado de vuelta a casa, con el encargo de seguir trabajando. Buenas están las cosas como para andar prescindiendo del personal cualificado…

En fin, la orden del Papa había sido muy clara respecto al obispo Diego: debía volver a su diócesis y continuar la reforma que había iniciado.

Y, sí, Diego tenía la firme intención de obedecer… solo que por el camino se había desviado ligeramente… que si la visitita al Cister, que si una reunión de abades en Montpellier, que si, bueno, las circunstancias, que le habían “obligado” a ponerse al frente de la misión evangelizadora…

Sí, sí, todo eso estaba muy bien, pero el hecho es que, entre unas cosas y otras, llevaba ya más de dos años sin pisar su catedral. Y tampoco era plan; que el pobre hombre, aunque aventurero e impulsivo, también era “pastor solícito de su rebaño”… y debía admitir que, últimamente, tenía a sus ovejas de lo más desatendidas.

Raúl y Domingo se dieron cuenta de que el obispo estaba cada día más serio, distante, reflexivo… e intuyeron que algo le estaba preocupando. Una noche, tras la larga e intensa jornada de predicación, el grupo se sentó cerca del fuego. Necesitaban hablar.

Diego confesó a sus compañeros que sentía que ya no podía continuar en la misión, que su primera obligación estaba en Castilla, en la diócesis de Osma… Pero, al mismo tiempo, ¡era tan feliz realizando sus sueños de misionero…!

Domingo y Raúl entendían los sentimientos encontrados del que hasta ahora era el “jefe” del equipo. Sinceramente, les costaba decirle adiós, pues Diego era un auténtico padre para ellos, pero entendían sus motivos, y no querían hacer las cosas más difíciles. Si por ellos fuera, le habrían rogado que les acompañase al menos hasta la primavera… Sin embargo, no quisieron retenerle. Incluso le animaron a emprender su viaje lo antes posible, pues, conociendo la Voluntad del Señor, ¿a qué esperar?

Los tres prometieron seguir unidos, orando unos por otros. Y el obispo aseguró que volvería en breve, en cuanto comprobase cómo iban las cosas en Osma.

Ver su figura perderse en el horizonte fue especialmente doloroso para Domingo, ¡llevaba ya tantos años caminando día a día junto a aquel hombre bueno! Sintió que se quedaba huérfano, aunque, al menos, aún le quedaba su querido amigo, Raúl. Pero no sería por mucho tiempo…

Efectivamente, poco después, Raúl cayó gravemente enfermo. No sabemos los detalles, pero no logró superar el frío del invierno. Murió tan silencioso y discreto como había vivido. Sonriente y bondadoso, el gran compañero de Domingo dejaba también la misión para, por fin, ver cara a cara a Aquel por quien había dado la vida.

Fue un duro golpe para Domingo. Con las deserciones de los otros grupos de misioneros y las recientes despedidas, en cuestión de unos meses… se había convertido en el único predicador que continuaba creyendo en la fuerza de la Palabra. Se había quedado completamente solo en una tierra extraña para él.

Era el momento perfecto para hacer las maletas. Al fin y al cabo, ¡todos habrían entendido su decisión! Por aquellas tierras, el asunto estaba perdido. Mejor abandonar, y volver cuando las cosas estuvieran algo más favorables, ¿no?

Y, sí, Domingo cogió su equipaje (que, en realidad, solo estaba formado por un par de libros)… pero puso rumbo a Fanjeaux. Esa ciudad era el destino que habían marcado cuando el equipo evangelizador aún estaba completo. Y ese sería el destino de Domingo. Debía hacerlo. Por su obispo Diego. Por Raúl. Y, sobre todo… por Jesucristo.

PARA ORAR


-¿Sabías que… en la soledad te espera el Señor?

Como veíamos el mes pasado, Domingo se había entusiasmado con su nuevo proyecto a base de comunidades de predicadores. Llevaba meses viviendo con su equipo evangelizador y había descubierto, una vez más, la maravilla que es tener hermanos. Y, sí, el Señor no quiere que vivamos solos… sin embargo, también quiere llamarnos a cada uno, tener intimidad contigo.

“La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”, dice el Señor en la Biblia (Os 2, 14). En efecto, Domingo se vio sumergido de pronto en el mayor de los desiertos… y fue ahí cuando creció en su relación con Cristo. Ahora solo podía apoyarse en Él. Desde este momento, Jesús sería “su Jefe” directo. Con Él recorrería los caminos, con Él tomaría las decisiones… ¡juntos en todo los dos!

¿Qué vivió Domingo en su interior este tiempo? No lo sabemos, pero tuvo que ser muy fuerte su experiencia personal del Señor. Sí, porque, en el momento de fundar la Orden de Predicadores, tuvo la osadía (en aquel momento, auténtico escándalo) de permitir a sus frailes tener celdas individuales. Domingo había experimentado la maravilla de los hermanos, y quiso crear comunidades; pero también descubrió los tesoros del desierto, y quiso que en su Orden hubiera momentos de soledad. En otras palabras, ¡tuvo la grandeza de unir lo que parecía contrario!

Y lo mismo quiere Cristo contigo. Él te llama a que vivas con hermanos en la fe, a que compartáis y crezcáis juntos… y, al mismo tiempo, también te llama a que te quedes a solas con Él. Porque, para Cristo, tú no eres “uno más”, sino que eres único. Y, como toda amistad, esta relación necesita que se le dedique su tiempo, sin prisas, disfrutando… ¡Él te conoce y te espera! ¿Dejarás que te hable al corazón?

VIVE DE CRISTO

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