¿SABÍAS QUE...

... NUESTRA ORDEN NACIÓ EN UNA POSADA?

Digamos que la noble, ilustre, elegante y decorosa Orden del estudio tuvo unos inicios muy humildes. Y, sí, prácticamente podemos decir que nació en un albergue.

Como veíamos el mes pasado, a Domingo le habían encasquetado ir con su obispo Diego en misión diplomática, para concertar el matrimonio del príncipe de Castilla con una princesa de Dinamarca. Que, dicho sea de paso, a caballo, pilla lejísimos.

El equipaje debía de tener unas dimensiones considerables, así como la comitiva que les acompañaba. No perdamos de vista que se trataba de una misión oficial, y, por otro lado, en los caminos no faltaban salteadores dispuestos a “aligerar” amablemente de bultos a los viajeros más desprevenidos...

Las crines de los caballos se mecían suavemente al compás de su marcha, mientras iban dejando atrás Osma... y Soria... y Zaragoza... y Jaca... y Domingo tenía ya un aburrimiento de viaje... ¡y solo habían hecho que empezar!

Tras varias jornadas de camino, por fin cruzaron la frontera y entraron en Toulouse (al sur de Francia). El bullicio de la ciudad había enmudecido al ocultarse los últimos rayos del sol. La comitiva no se entretiene por las calles, sino que avanzan directos hacia la posada, en la que hacen parada para pasar la noche.

El hospedero no les recibe precisamente entusiasmado. Es más, muestra sin disimulo su desagrado por la visita. Imagina la “alegría” del grupo: cansados, con un largo camino a sus espaldas y más largo aún el que les queda por delante... Como para aguantar malas caras estaba el personal. A esas horas no era plan de buscar otro sitio donde dormir, pero resolvieron irse a la mañana siguiente cuanto antes.

Sin embargo, Domingo (tal vez buscando dar un toque de emoción al viaje) decidió entablar conversación con aquel hombre. El asombro del joven canónigo fue mayúsculo cuando descubrió que el hospedero no era ni cristiano rebotado ni pobre inculto. Era un hereje cátaro bastante bien formado (* ver nota).

Seguro que, durante el improvisado debate, más de una vez Domingo levantó el corazón al Cielo, dando gracias por tantos años de estudio, pues el hombre aquel resultó ser un tipo duro de pelar. Hablaron durante toda la noche. Argumentaban, rebatían... y, cuando ya despuntaban los rayos del sol, en el alma de ese hospedero amanecía de nuevo la verdad.

Domingo quedó muy marcado por este acontecimiento. El Señor le hizo ver que se necesitaban personas bien formadas, capaces de dialogar y dar razón de la fe. Por dentro, el joven canónigo empezó a barruntar que quizá era esto a lo que Jesucristo le estaba llamando...

¡Ahí brilló la primera chispa de la Orden de Predicadores!

PARA ORAR

¿Sabías que, al afirmar que crees en la Resurrección de Cristo, estás afirmando también que crees que Él es capaz de sacar vida de cualquier muerte, de cualquier situación que te pesa?

“Todo es para bien de los que aman a Dios”, dice san Pablo. De lo que había empezado como una mala noche en una mala posada, el Señor se valió para empezar una historia apasionante... ¡que sigue viva en nuestros días! Por muy mal que veas las cosas, no pierdas la esperanza: ¡el Señor obrará milagros ahí!

VIVE DE CRISTO

(*) Nota:

Mucho se podría decir de la herejía cátara, que tuvo bastante éxito en la Europa medieval. Pero vayamos a los puntos claves, lo justo para hacernos un poco a la idea:

Los cátaros defendían la existencia de dos dioses, uno Bueno y otro Malo, y que estaban en permanente conflicto. El Bueno era el creador del mundo espiritual, mientras que el Malo era el creador del mundo material.

¿Qué supone esto? Que, para los cátaros, toda la materia (la Naturaleza, el cuerpo...) era mala por definición, y había que apartarse de ella. Tal es así, que, los que avanzaban en la herejía, los llamados “perfectos”, tenían terminantemente prohibido contraer matrimonio, pues tener hijos era algo malísimo: al fin y al cabo, era “encerrar” un alma libre y buena en un cuerpo malo... y eso era colaborar con el dios Malo.

También se caracterizaban por sus rigurosas penitencias y permanentes ayunos, así como por su vida de pobreza. Sin embargo, era una herejía muy atractiva para las gentes. En efecto, los cátaros también tenían cosas buenas: ellos trataban de vivir como los primeros cristianos, en comunidades, compartiéndolo todo, y con una fuerte vida de oración.

Ellos, como sus “primos” albigenenses y otras herejías, tenían el noble y santo sueño de reformar la Iglesia... pero, lamentablemente, lo hicieron saliendo fuera de la Iglesia. El Señor, en cambio, estaba preparando esa misma reforma... desde dentro.

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