CUANDO ORÉIS, NO HABLÉIS MUCHO

6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.
8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
9 « Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
13 y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal.
14 « Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas. (Mt. 6, 7-15)

Orar, no es algo fácil, porque solemos hablar más a Dios que, escucharle. Aunque la oración, es “cosa de dos”, siempre, la iniciativa, parte del Señor. Él, nos advierte que, está presente, que, no es un Dios ausente o lejano, sino que, está “aquí y ahora”, siempre que lo invocamos, quizás con voces muy pobres y débiles. Pero tenemos un Aliado y Maestro: “el Espíritu Santo que, nos lo enseña todo” y se hace voz para que, le comprendamos a Jesús cuando nos habla en su Palabra...

Los discípulos mismos, le pidieron a Jesús que, les enseñará a hablar a nuestro Padre-Dios y les dijo el Padre-Nuestro: Jesús no enseña nada que, no haga primero. Él, es hombre como nosotros, pero siendo también Dios, sabe lo que agrada al Padre... Y lo primero y lo más bello que podemos decir, es la palabra: “¡Padre!”. El Hijo Jesús, sabe todo el contenido de este: “¡Abba!”, “¡Papá!”. Él, es el Hijo Único y de continuo, tiene en sus labios y en el corazón, esa relación filial, tan tierna y tan profunda, porque no hay palabra más bella que el Padre desee oír, también de sus hijos adoptivos, los hermanos de su Hijo Jesús…

Así, si pasamos mucho tiempo repitiendo: “¡Papá!”, sabemos que el Espíritu Santo nos llenará de contenido sobrenatural, esta oración que, unida a la de Jesús, nos hace santos... “¡Papá!”, en el momento de la alegría; “¡Papá!”, en los momentos de dolor, como nos enseñó Jesús en la Cruz; Y en los momentos de gloria, le diremos, con nuestro Señor: “¡Voy al Padre mío y Padre vuestro. ¡Al Dios mío y Dios vuestro!”. ¡Y nuestro espíritu, se elevará, ya en nuestra vida mortal, hacia la gloria!... ¿Y qué más diremos de este principio de la oración?: pues que, hagamos la experiencia de llenarnos del Papá-Dios y dejémonos hacernos por Él...

Y seguimos diciendo: “Tú, estás en el cielo y eres santo, El Santo” ... Es verdad que, se nos lanza a “un mundo” que, no es lo que vemos y sentimos y pensamos. Pero, aunque está tan lejos de nuestras aspiraciones y deseos, el Espíritu Santo, nos presta sus acentos de santidad. Y por la gracia, “lo que no sabemos pedir de bueno y santo para nuestra vida”, este Espíritu, nos abre las puertas del Cielo. No sabemos cómo, pero es así y Jesús ya nos lo regaló como fruto de su Resurrección gloriosa: “Con El, tenemos acceso al Padre”...

“El Nombre de Dios es Santo, Tres veces Santo” que, quiere decir, infinitamente Santo. Y lo Santo, es lo contrario de lo profano.

Nosotros somos de la tierra y Dios, El Santo, es del cielo... Pero Jesús, nos propuso en su Palabra, una vocación sublime, más allá de nuestras posibilidades: “Sed santos, como Dios es Santo” ... ¡Sí, el Espíritu de Jesús viene en ayuda de nuestra humanidad y con su gracia va invadiendo nuestro ser, en sus potencias y “en el tiempo de Dios”, nos va santificando, a la velocidad de nuestros deseos de Él, ¡y de su voluntad inefable!... Y así, el Reino de Dios, habita en nuestra tierra, llenando primero, las almas de los hombres...

Y, por último, pedimos para nuestra humanidad y espíritu el pan del alma: la Eucaristía y el pan del cuerpo, para su sustento. Y suplicamos el perdón de nuestras faltas y el amor para olvidar y perdonar las ajenas, así como “no caer en la tentación y ser librados del Maligno"…

El Padre-Nuestro, es tan rico para orar que, todo cristiano, hace la experiencia de entrar en él, para acercarnos, infaliblemente, a Nuestro Padre-Dios...

¡Señor, enséñanos a orar con tus mismos acentos!... ¡Amén!, ¡Amén!...

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