EL ÁRBOL SANO, DA FRUTOS BUENOS

15 « Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?
17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.
18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.
19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.
20 Así que por sus frutos los reconoceréis. (Mt. 7, 15-20)

A veces se oye decir: “esta persona habla poco, pero hace mucho”. O también: “una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo”. Por la palabra manifestamos lo que hay en nuestro interior y esto aunque no queramos, pues “de la abundancia del corazón habla la boca”... Muchas veces empleamos mucho tiempo en cuidar y acicalar nuestro “follaje”, pero las palabras son sólo el vehículo y transmisor de lo que vivo dentro. Porque la vida no se desarrolla fuera, sino en el hondón del corazón, donde sólo Dios lo ve y nosotros también, si tenemos la mirada limpia, en el conocimiento de nosotros mismos en Dios y el de Dios en nosotros...

Estos del “follaje de las palabras” son sobre los que alerta Jesús a sus discípulos: “cuidado con estos profetas falsos que quieren vendernos su mercancía y tienen apariencia con piel de oveja”. No predican con el deseo de adoctrinar al pueblo, sino de obtener beneficios para sí y sus intereses... Pero éstos, tienen “palabras baldías” y no hacen mella en los oídos de los que los escuchan: generalmente, son aduladores para hinchar la vanidad de la Palabra de Dios, y su fruto es el vacío que no llena el corazón de la gracia de Dios, que es suave y a la vez fuerte para convertirnos a una vida santa: “por dentro son como lobos rapaces y el lobo sólo entra en el corazón para destrozar y matar”… Son los frutos los que delatan al árbol, porque puede tener mucho follaje, pero éste no da alimento y es estéril...

Estamos refiriéndonos a las palabras y a las obras que las acompañan. Nuestro obrar, nos delata... Pero aún aquí, puedo equivocarme: ver un “hacer” lleno de defectos y sin embargo ser ante Dios acogido para Sí y que le soy grato... Es que hay en el corazón un tercer reducto que sólo Dios ve y que a veces nos pasa inadvertido .Y éste es “la intención”. Más allá de ella ya no hay más... ¡Cuántas veces percibimos nuestras obras que son desechables y me siento turbado, pero hay algo en lo profundo que Dios no rechaza de mí, por mucho que yo me deteste!... Es verdad que “el fin no justifica los medios”, “pero yo soy mi intención”, aunque mis hechos no sean perfectos y merezcan, hasta quizás, un castigo justo por parte de los hombres…

Esto nos avisa que he de buscar siempre “la pureza de mi intención”. De cara a Dios sólo vale el trabajo en lo profundo del corazón, porque allí es donde El habita. ¡Nada de “malas palabras que salgan de vuestra boca”!... ¡Nada de obras que no correspondan a un hijo de Dios!... ¡Y siempre, una intención, limpia de intereses o deseos poco limpios: intención pura escuchando al Espíritu Santo que me insinúa siempre cosas muy buenas y llegar, con el amor, hasta la heroicidad, como Jesús que “nunca busco su propia satisfacción, sino aquella del Padre ¡que lo había enviado”!...

Y esto nos lleva a tener “gran temor de Dios” a la hora de juzgar a mi hermano. ¡Nunca, hacer juicio sobre su intención, que es el Santuario donde Dios habita y sólo Él lo sabe todo de su pobre criatura!…
¡Ayúdame Señor, y dame más Amor!...

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