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RESURRECCIÓN DEL HIJO DE LA VIUDA DE NAIN.

11 Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre.

12 Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad.
13 Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: « No llores. »
14 Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: « Joven, a ti te digo: Levántate.»
15 El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre.
16 El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: « Un gran profeta se ha levantado entre nosotros », y « Dios ha visitado a su pueblo ».
17 Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina. (Lc. 7, 11-17)

Jesús se dirige a un pueblo al sureste de Nazaret llamado Naín. Allí va, como en tantas de sus correrías, con sus Apóstoles y muchos discípulos y gente. Y cerca ya del pueblo, viene en el otro sentido un cortejo fúnebre. Un hijo joven, de una madre viuda, a quien llevan a enterrar. La madre llora sin consuelo, su dolor es muy hondo y los del pueblo que la acompañan, lloran y se lamentan con ella…

Jesús al ver a la madre le dijo: “no llores”. Sus lágrimas y su pena son también las de Jesús, que se siente conmovido en su corazón por una infinita compasión. Pero la comunión de sentimientos en Jesús, no acaba sólo en palabras. Jesús es la Vida y ante Él, la muerte no tiene poder. Y así, una vez parado el cortejo fúnebre, toco el ataúd y con su Palabra de salvación dijo al muerto: “¡muchacho, a ti te digo, levántate!... Y el joven se sentó y comenzó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre…

Todos cambiaron su luto y llanto en alegría y alabanzas a Dios que así ha ayudado a su pueblo, en la fuerza sanadora de Jesús. Él es la Vida, pero no sólo el Señor de esta vida caduca, sino el Dios de la Vida eterna, después de esta vida y de la muerte. Ante Jesús todo dolor y pena desaparecen.

Si Él, con sólo su Palabra, pudo devolver a este joven la vida natural, ¿cómo no nos va a regalar la Vida, su Vida, la que tiene junto al Padre, si ya cuando vivió con nosotros sólo hacía que prometernos el cielo: “voy a prepararnos un sitio junto a Mí en el cielo”, el entrar por siempre en el Reino de la luz y de la paz?… Allá se acabó ya el dolor, las lágrimas y la muerte.

Su Palabra, con su Vida, nos lo ha prometido y Dios no puede mentir: “El que cree en mí, tiene Vida eterna”. Su Palabra es Palabra de Dios y está por encima de todas las evidencias que nos propone la razón… El siempre visita con su gracia tantas zonas muertas o enfermas de nuestro ser: nuestros raciocinios sin Dios; nuestras desesperanzas ante el dolor y la muerte física o de tantas ilusiones donde quizás habíamos puesto nuestro corazón…

Jesús también me dice: “No llores” y toca mi cuerpo y mi alma y me siento lleno de gratitud y alabanza a Dios.
¡ Me devuelve la esperanza segura de los bienes que no se acabarán!…

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