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JESÚS, MANSO Y HUMILDE

25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
28 « Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. » (Mt. 11, 25-30)

Jesús se desahoga con su Padre-Dios y lo primero que le sale es: “Te alabo, Padre, Dios todopoderoso en el cielo y en la tierra”; y la razón de esta alegría tan profunda en el corazón de Jesús es que Dios a los sencillos les ha revelado los secretos del Reino.

Todo está desvelado a sus ojos: el amor del Padre por su Hijo Jesús y el amor y ternura de éste por su Padre; la mutua comunión entre ambos, que nadie puede escudriñar, pero que se les ha dado a los sencillos, vivir de ello y alegrarse de que sea así. Son los misterios que la Providencia divina ha determinado, en su plan de salvación. Por ello, esta voluntad divina es amorosísima y produce una alegría en el corazón incomparable…

También es providencial que los “sabios y entendidos” se queden fuera de este gran “banquete”…, y la sencillez es la hermana de la mansedumbre…

¡Que de resonancias evoca esta virtud! Lo primero es ver a Cristo, el varón de dolores que no abrió la boca cuando era insultado y escupido. “Manso” es ausencia de ira, de autodefensa, autocompasión, es silencio que habla a gritos sin palabras.

Y Jesús aprendió esta mansedumbre y humildad, del Padre Dios. Él es el primer humilde: “yo no hago nada que no haya visto hacer a mi Padre”, “el Padre y yo somos una misma cosa”…

San Juan de la Cruz, el cantor del amor de Dios y de su mansedumbre, dijo así:
​“¡Cuán manso y amoroso, recuerdas en mi seno…!”

Pues así de manso y amoroso quisiéramos que Jesús descansara en nuestro seno, agradado y hecho uno con nuestro corazón. ¡Que se haga Jesús en mí!...

Jesus manso y humilde 3

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